Wednesday, July 20, 2011

Tributo impersonal, pero genuino

A los que dejé y a los que me encontraron, a los que busco sin hallar y a los que hallé por azar. A los que extendieron sus brazos y me adoptaron. A los que adivinan mi humor, mis penas, mi canto.
A los que me prestan sus voces, oyen silencios y me recuentan, casi murmurando, sus cuitas y llantos.
A aquellos cuyos nombres suenan cerca, a pesar de la vida y de los años.
A los que abrazaron mi dolor y regalaron sus risas, a los que soñaron junto a mí, y no lo olvidan.
A los que inventan conmigo alegrías mínimas, inmensas, trascendentes... y a los que colorean días tristes inventando primaveras.
Y a aquellos que esperándolo todo permanecen tranquilos cuando el amor no es de ida y vuelta, cuando después de tanto dar, la suerte les deja con el alma en carne viva.
A los que pueden leerme la mirada y entienden mis desvaríos, mis pleitos con la vida, más o menos ganados, más o menos perdidos.
A los que olvido para vivir y a los que recuerdo para existir. A los de cerca y a los lejanos. A los cómplices de travesuras y  travesías con quienes cruzo los años surcando de amistad los espacios y las vidas.
A aquellos que me hacen libre son su compañía. Y a los que no preguntan cuando es mejor callar, y  a los que preguntan cuando me ven sin rumbo y a tientas navegar.
A los que invitan y a los que llaman, y a los que saben que me rindo y con sus alas me levantan.
A los que invaden mi existencia cuesta arriba, pero en recta, llenándome que curvas y picos el paso, felizmente distrayéndome de tanto esfuerzo bien planeado y dirigido, destruyendo el egoísmo que he creado.
A aquellos que capotean los tsunamis de esta vida, de pie y sin mentiras. A los que cambian vendas, y a los que curan heridas.  A los que me nombran Chaván, y a quienes cortan mi nombre por la mitad. A a los que me dicen sister, friend, 'Marcella' y a los que del alma les sale "Marcelita".
A los que me llevan años, a los de mi edad y a los que me siguen.
A los que permanecen fieles, inalterables, castos.
A los de allá, y a los de acá. A los que nos une la lengua, la infancia, lo vivido; y a los que el hoy, el futuro y la esperanza nos han puesto a recorrer este camino.
A los que juntan o juntaron sus sombras y su ser junto al mío. A los que anduvieron vivos por mis días: ¡Salud! Gracias por ser mis hermanos, mis amigos.

"En todo tiempo ama el amigo y es como un hermano en tiempo de angustia" Proverbios 17:17
Por Marcela A. Chaván

Thursday, July 14, 2011

UN POCO DE FILOSOFIA SOBRE EL RE-ENCUENTRO.

UN POCO DE FILOSOFIA SOBRE EL RE-ENCUENTRO. (O de lo que significa en nosotros todos los trámites concernientes a prepararlo)
 por Celina Sánchez

Muy a tono con nuestro próximo encuentro o gran REENCUENTRO de ex alumnos egresados por fortuna en el año 1986, se me ocurrió traer a colación la enseñanza del zorro al principito. Los q hayan leído ese maravilloso libro se acordarán que El Principito estaba ansioso por hacer amigos. Entonces lo encaró al zorro y le dijo que fuera su amigo (“que jugara con él”, en palabras del rubito príncipe); pero el zorro le dijo que así no funcionaban las cosas. Entonces el principito le pidió que le enseñara como ser/hacerse amigo. Y el zorro le dijo: tendrás q domesticarme. Qué significa eso? Preguntó el Principito. Crear lazos! Dijo el Zorro.
Y aquí viene la gran enseñanza del zorro al principito. El proceso de DOMESTICACION. Le enseñó a sentarse cerca de él en el campo al principio y venir a visitarlo a una determinada hora todos los días, para crear un rito. Luego le enseñó q se fuera acercando de a poco, hasta que el zorro comenzó a tomar confianza y de esa asiduidad nació la amistad.
Crear lazos, significa en parte un compromiso, una responsabilidad, porque el cariño que estamos forjando en ese lazo debe cuidarse, y mantenerse, pero esa responsabilidad se hace con amor, con gusto y por ello no es agobiante. Al contrario gratifica y da ganas de “trabajar” por ella.
Pero sigamos con el cuento. Cómo resultó todo esto? Resulta que el Principito tuvo q marcharse de la tierra y fue a despedirse del zorro. El zorro se puso muy triste y lloró, entonces el principito no comprendió porqué había querido que lo domesticara si luego iba a llorar con su partida. Qué ganaba el zorro? Pero El zorro si ganaba. Ganó ser importante en la vida del otro, ganó un lazo, ganó un gran recuerdo. Y le dio su última enseñanza al principito. Le dijo: Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
Pues bien, uno es responsable de lo que domestica. Y mi enseñanza con todo este análisis de El Principito es el siguiente. Podemos reirnos de las tonteras que escribimos en la página del Face Book Promoción Normal 86 – cena de egresados. Podemos armar reuniones previas. Podemos buscar gente que hace años no vemos. Podemos prestar las casas. Podemos hacer blogs para que los compañeros escriban. Podemos escribir en esos blogs para que nos emocionemos. Todo esto significa domesticar. Hacernos comunes. Bajar las vallas de las divisiones, para que el día del Re-Encuentro, seamos todos ex alumnos de esa gran escuela y no nos discriminemos por divisiones. Toda gestión concerniente al muro de la cena o a este blog, implica un proceso de re-encuentro. De crear o re-crear lazos. Y desde aquél que participa activamente, hasta aquél que sólo lee y se divierte, todos estamos involucrados en este proceso.
Esto es muy bueno amigos. Esto es excelente. Para el espíritu, para sacar el alma al sol (como dijo alguien por ahí), porque alimenta el espíritu. Hace que nos OCUPEMOS de algo, aunque se trate tan sólo de relojear de vez en cuando qué sucede por la página. Y hace que nos hagamos COMUNES con los otros, porque nos vamos conociendo y reconociendo. Este alimento no se ve. Pero está. Porque como dijo el zorro: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

Algunas partes fueron extraídas del libro El Principito. Y esta enseñanza la aprendí de un gran maestro: Jaime Barylko, filósofo y gran persona.

Saturday, July 9, 2011

Los gustos de crecer o la derrota de la Torinetto

Una historia de Claudia Checa Cabot narrada en parte, por Marcela A. Chaván.
Habíamos sido a decir de Atahualpa, una misma en la piel de la otra. Unidas por el segundo nombre, idéntico y por la cercanía en el listado alfabético, nos parecía que el destino, nos tenía como hermanas, desde antes que llegáramos al aquel recinto de Muñecas 219.
Compañeras de pupitre por dos años habíamos aprendido a intuirnos y a festejarnos, a encubrirnos y adivinarnos conductas y pensamientos. Luego, siguiendo otras vocaciones, aquella convicción de destinos paralelos se fue disipando hasta que en enero del 2011 nos dimos una con la otra en pleno ciberespacio.
Los dedos que se deslizaban presurosos por el teclado, como tratando de redimir los años, las décadas en escasos segundos
-¿Sos vos? -
-¿Y quién voy a  ser? ¡Siempre fui yo!-
-¿Dónde vivís? ¿Te casaste? ¿En qué año? ¿Tenés hijos? ¿Qué edades tienen?  ¿Y tu esposo, tucumano? ¿Y tus hermanos? ¿Tu vieja, bien? ¿A qué te dedicás? -
Pasan los segundos, nos vamos, las dos estamos entreteniéndonos, robándole tiempo a otras obligaciones. Volvemos a la noche, por email. La vida nos ha hecho prácticas. Practiquísimas. 27 de años de distancia no nos impiden pactar una cita en Buenos Aires, para la semana entrante.
Distingo desde lejos la parada. Está más flaca. Mi otra amiga, de su misma profesión, pero de Uruguay me dice: Ah….flaca de pelo largo. Porteña, son todas iguales.  Ella es tucumana,  le digo sobre el pucho como defendiéndola de un epíteto grave. Tucumana. Y rogaba por dentro que la adopción de la nueva tomada no fuera tan intensa. No quería quedar mal. Me acerco al auto, y siento la primera ola de alivio, tiene puesta sobre el vidrio de atrás, una calcomanía que dice algo así, como yo amo a Tucumán. Vamos bien, anticipo salir cuasi ilesa del salto de casi tres décadas. Viene a buscarme con los dos retoños que según sus palabras son lo mejor que hizo.  Saludo a los tesoros, y no les doy opción: me presento como la “tía”.

Nos vamos por ahí, a comer. Las chicas juegan, comen,  lloran. Nosotras hacemos lo mismo, nos reímos, hablamos y no dejamos que nos salgan las lágrimas, estamos demasiado contentas. Sacamos fotos. Sacamos historias. Buenos Aires está linda. Las calles populosas nos sirven de marco escurridizo para contar a grandes rasgos como es que estamos donde estamos y hacemos lo que hacemos. Fluidez. Como si la vida hubiera sonado su  timbre de recreo, para que nos viéramos.

-¿Sabés que me acuerdo bien pero bien de vos? Le digo, al azar, para iniciar la conversación- Lo buena que eras en biología, esa hilera de notas altas que sacabas en los exámenes.
-¡Já!- Se ríe. Va dos pasos más adelante que yo. Yo todavía estoy medio Ezeiza, rogando no perder la conexión en aeroparque. Se ríe cortito al comienzo y luego va hilando sonrisas mientras habla. No deja de hablar. Tampoco deja de reír.
-Sí, los exámenes…- Hace una pausa. Mueve los ojos a los costados. He visto ese gesto hace veintisiete años atrás: algo me va a decir. Se acomoda y sigue:
-Vos sabes, he sido, vah, soy más intuitiva que el promedio, o al menos eso me demostró la experiencia. Y eso que he sido muy inocente. Creo que en mi época de estudiante  la  inocencia desplegaba sus alas haciéndome creer en vano que la vida era simplemente eso, el camino de casa a la escuela y al otro día volver a desandarlo en el retorno. No reniego en absoluto de  aquella cándida ignorancia, al contrario- me dice entre ensimismada y distraída-. Las nenas juegan.
-¡Bendita bilogía! Nosotros tratando de desenmarañar ecosistemas, taxonomías y memorizando vertebrados e invertebrados a mil por hora y ella que parecía abuenarse con nuestra mención de algún capítulo de Pedro Zarur.-
Le digo que recuerdo bien el libro de Zarur, precisamente porque no lo tenía. Yo tenía Zoología de J.A. Dos Santos Lara. Me acuerdo bien del libro de Zarur: letras verdes, encuadernación de cuarta.
-¿Vos te acordás de Lerner?- me dice cambiando de tema
-¡Claro, si el país entero estaba enamorado de él!- contesto automáticamente sin dejar de tratar de hallar la relación entre Zarur y Lerner. Los dos comienzan con consonantes…ambos terminan con r. Intenta distraerme, la conozco.
-¡Cuántas verdades! “Que difícil se me hace, mantenerme en este viaje, sin saber a dónde voy en realidad”. Me rondaba la cabeza todo el tiempo, la misma pregunta ¿dónde voy? ¿Dónde íbamos todos con nuestra inocencia a cuestas y un bagaje de dudas constante y cambiante, propios de la edad y la época? Éramos verdaderamente simples y puros.- me dice lentamente, ensimismada.
-No sé- le digo perdiéndome en sus palabras. No sé si puros. No discuto lo de inocentes. Pero la pureza me parece que es un estado que sólo los infantes tienen.

-¡Candela! No, no le pegues a tu hermana- dice sin perder la paciencia-. Creo que la admiro.
-¿Ves? ¿Verdaderamente puros y simples? –insisto señalándole con la mirada y la cabeza las nenas que estaban peleando…La nostalgia podría estar traicionándonos en sobredimensionar la bondad intrínseca del ser humano.
-Pero en comparación a la maldad que da vuelta y te roza en el mundo adulto…éramos angelicales- insiste. ¿Te acordás de la de bilogía, no?- me dice en tucumano.
Los tucumanos preguntamos asintiendo, como exigiendo que el otro acuerde. No, no era una pregunta, en realidad era una orden camuflada. 
No la recuerdo. Si recuerdo las clases, los libros. Los gráficos de los esqueletos de un conejo y una paloma. No hay caso, no logro recordar la cara. No importa. Ella sigue hablando. Me cuenta que los del biológico han hecho varias reuniones, que están apostando a la idea de algo grande. Me dice varios nombres. Los pone en fila india: Miryam Pedraza, Roxana López, Luis Guzmán, Gustavo Campero. ¿Te acordás de ellos no?- me dice otra vez en tucumano aporteñado. Lindo.
-Ayudame a recordar a Luis Campero, le digo- como para ir ganado tiempo, confiando que a medida que hablemos recordaré quien es el bendito Gustavo Guzmán.
-¡Já! Se ríe y sonríe mientras aclara:
- Luis Guzmán, no es Luis Campero- Campero es otro. Y no es Luis.
-¿Tía?-Me dice la mayor- ¿Vos cómo te llamás?-
Me mira con esa inocencia que sólo los chicos tienen. Pureza y simpleza había dicho la madre hace unos minutos atrás…. Tal vez tenía razón. ¿Cómo te llamás? Me ha preguntado sin quitarme los ojos de encima. Quiero decirle: me llamo Marcela. Marcela Chaván. Marcela Campero. Marcela Guzmán.  Marcela Pedraza. Marcela Ruiz. Marcela López, pero la voy a confundir. Tiene solo seis años.
-La tía se llama tía Marcela- le digo-. Pero quiero decirle más. Quiero decirle, por ejemplo, que no importa tanto el nombre como la identidad. Y que ni siquiera importa el recuerdo, sino la convicción de la conexión. Como cuando visité a mi abuela y le dije, Abuela ¿sabes quién soy?- Y ella retrucó desde su cama con una seguridad desafiante:
-Si sos la Marcelita, si no te he desconocido-
Pasaron dos minutos más o menos. Y con su mismo tomo certero me dijo:
- Anita, Anita ¿la señora que estaba aquí quién era?-
La capacidad mental de evocar rostros y nombres no es más importante que la identidad y la convicción  de vida compartida. Ella era mi abuela aunque no recordara que estaba yo ahí, frente a sus ojos. Aunque me llamara por el nombre de mi tía; ello  no me hacía menos nieta suya. No. Ese día no sabía quién era Luis Campero, o Luis Guzmán. Pero no importaba. Estaba convencida que habíamos pasado cinco años de nuestras vidas en el mismo reciento, y que nuestras vidas  se habían tocado, como en sinapsis, si se quiere, transmitiéndonos un flujo similar de experiencias.
Quiero decirle más... pero ha dejado de mirarme y está nuevamente jugando con su hermana. Los chicos tienen esa ventaja: pueden dejar de prestar atención sin que se vean mal. Los adultos en cambio, tratamos de mantener la atención y la coherencia. Tal vez por eso reinicio el diálogo con la madre:
-Pero a pesar que la de biología te resultó tan imponente, de alguna manera, no te traumó- le digo tratando de balacear realidades.
-¡Já! Trauma no, se trata de otra cosa. Más por el lado de los desafíos, me dice mientras estira las manos como para que la entienda mejor. Le salen pirpintos de los ojos.
-¿Desafíos? No sé si te entiendo bien…
Por instantes, su alma se va de Buenos Aires y me cuenta:
-Era un día marzo, templado. Ella se tildaba de intolerante y exigente. Dueña de un carácter férreo, su sola presencia enmudecía hasta los insectos. Pronunciaba impetuosa:  
-¡Señores, a mí  nadie me copia!-  Maldito instante, fue como si me dijera al oído “Dale animate a copiarme y vas a ver qué pasa, abrí la puerta y vení a descubrirlo”.-  vos sabés siempre fui muy curiosa- me indica entre seria y sarcástica.
-Ese fue el puntapié inicial...Me dediqué a escrutar y elaborar el mejor plan con el sٴólo objeto de superar el desafío, “¡Señores, a mí  nadie me copia!”.  Esas palabras representaban un reto mayor y por dentro esa voz desafiante y jovial de la adolescencia  que le contestaba -¡Vas a ver cómo te copio! Creo que estudié todas las posibilidades, reconocí el terreno, marqué planos, armé estrategias múltiples hasta seleccionar la mejor, me volví una experta en el arte de “los machetes”, por el sólo hecho de salir airosa del reto, levantar el guante y llevarme la gloria de haberle copiado a la incopiable.
¡Señores, a mí  nadie me copia!-  evoca una vez más. ¡Yo le copié y fue por puro gusto!  
-¿Sabes?- me dice sin malicia- Era superarla en su norma y conquista y como corona obtener una buena nota. Aires de grandeza juvenil, de triunfo, como si pasara a la historia- afirma con súbito placer regocijándose en el recuerdo.
Baja la mirada; dibuja algo en el mantel. Está sentada ahí pero su alma anda en otro lado. Se afirma sobre los codos y me dice como iniciando otra historia:
-¿Y te acordás del 9 con la Iturre?  
Nos reímos. Las nenes juegan. La tarde pasa. Buenos Aires está linda.
Tiene una calcomanía que dice amo Tucumán y yo sé que es nacida en Salta. Habíamos sido a decir de Atahualpa, una misma en la piel de la otra. Unidas por el segundo nombre, idéntico y por la cercanía en el listado alfabético, nos parecía que el destino, nos tenía como hermanas. En enero del 2011 ese mismo destino nos volvió a juntar. Se llama Claudia Alejandra Checa Cabot, pero yo le digo, amiga, hermana.
Marcela A. Chaván
P.D. ¿Y vos? ¿Hace mucho que no sabés nada de alguien de tu curso, alguien que no está en Facebook y quisieras ver en este reencuentro? ¿Y si te animás a buscar un poquito más? Yo sé que cambiamos, ¿pero qué tal, insistir una vez más? ¿Qué tal si le das una oportunidad al destino?

Monday, July 4, 2011

Dar gracias

Cuenta el relato bíblico que Jesús andaba de pueblo en pueblo enseñando y le salió al encuentro un  grupo de leprosos. Los leprosos pidieron ser sanados, recibieron sanidad y siguieron cada cual por su rumbo. La historia podría terminar ahí, pero el narrador da un detalle interesante: sólo uno de ellos volvió a agradecer el milagro. La actitud de este personaje toma por sorpresa a Jesús; y a mí algo me dice sobre la capacidad, o la disciplina, el hábito, los modales o como quieran llamarle de ser agradecidos en primer lugar y de dar gracias de modo público en segundo término.  
No iba a escribir esto sino hasta más adelante, cuando ya pasada revista de quiénes atesoramos por razones que el corazón entiende, estuviéramos en condiciones de ser más objetivos y más honestos con nosotros mismos. 
Hay infinidad de cosas que hoy sabemos y porque las sabemos las damos por sentado; parte del sentido común. Ni obvias, ni parte del conocimiento popular; si las sabemos es gracias a que alguien estuvo ahí para enseñárnoslas.  Alguien nos sacó la lepra de la ignorancia.


Saquemos una hoja; recordemos qué de esto sabíamos antes del paso por la secundaria: meridianos y paralelos. El paleolítico. Plegamiento terciario. Metales y no metales. Que Cl es cloro y no Claudia, que Te es telurio y no té. Que los cuerpos opuestos se atraen, los semejantes se rechazan. Que el Everest queda en Asia y el Aconcagua en Sudamérica y que los monosílabos no se acentúan. Y así pudiera seguir, pero para muestra basta un botón, creo haber provisto de justificación a mi argumento.
Paradójicamente algunos de nosotros nos encontramos hoy como docentes y exceptuando a los más veteranos,  podríamos decir que décadas más, lustros menos, tenemos aproximadamente la misma edad que tenían ellos allá entre 1982 y 1986. Esto sugiere más allá de una afinidad entre colegas, una especie de campo común que el paso de los años ha ido extendiendo sin que nos demos cuenta.  Y superando  simpatías y antipatías, sé que si nos aventuráramos podríamos entender sus razones y arbitrariedades. No estoy proponiendo una traición a los recuerdos (donde todo permanece congelado, inamovible en el tiempo en clara contradicción con la dinámica de estar vivos). Simplemente digo que los entenderíamos mejor. Parte de crecer, de limar asperezas, de achicar distancias, de madurar.
Por eso propongo un diálogo desde dentro, para descubrir procesos internos que a veces no alcanzamos a verbalizar, y no alcanzamos a verbalizar porque no nos detenemos a pensar. La vida tiene sus ironías, sus generosidades y sus satisfacciones. Dar gracias para mí se encuentra en la intersección de estas directrices. 
Lo que sigue, no es sino un esbozo de agradecimiento que sólo pretendería ser más íntegro y más justo si cada uno de nosotros añade algo, es decir,  si nos decidimos a buscar entre los recuerdos al menos dos profes y dos conceptos, ideas, pensamientos, anécdotas que de alguna manera hayan edificado nuestras vidas. Dos profesores, dos elementos, cualesquiera sean ellos.  En serio, es una propuesta. Me conocen. Nunca he abogado por un jolgorio permanente, sin permitirnos ejercer esa capacidad que nos distingue de los primates fiesteros, porque para agradecer, hay que pensar. 
Sé que estoy estirando voluntades, ir de poner  ‘me gusta’ en un clic a hurgar en los recuerdos, sopesando legado, filtrando experiencias. ¿Será que nos animamos? ¿Será que podemos? ¿Será que hay personas de la secundaria, profesores a los que podamos agradecer? Y si no fueran profesores, ¿Quiénes son? ¿Y por qué les estamos agradecidos?
Aquí van los míos, los primeros que vienen  a la mente, pero hay más y los voy a ir poniendo a medida que ustedes pongan los de ustedes:
Prof. Martó (también conocido como el hombre nuclear): Gracias por haberme dicho, por escrito y con una mezcla de sinceridad y sarcasmo que si supiera las tablas, sería buena en las matemáticas. La nota no hizo mi calificación más alta, hizo mi autoestima más fuerte, alejando de mi cualquier sentido de incapacidad hacia la materia. Yo estaba en letras, no sólo por una profunda intriga por la literatura sino por una especie de convicción de que "no servía" para las matemáticas. Y sí sabía las tablas.  Lo que no sabía era prestar atención hasta el final. “Usted ha resuelto exitosamente la ecuación. Felicitaciones. Sería buena en matemáticas, si supiera multiplicar. La raíz cuadrada de 16 no es dos” decía la nota y al ladito tenía mi puntuación: ¡Un hermoso dos! 
Sra. de Belló: por haberme puesto sin pedir mi autorización a participar en los concursos literarios que me valieron esas primeras menciones de honor. Usted  vio en mi algo que yo no veía. Y gracias por haber hecho de mis iniciales un seudónimo que hasta el día de hoy imprimo en alguno de mis escritos.

¿Y vos? ¿A quién tenés que agradecer? ¿De quién reconocés un trazo para bien en los colores de tu alma?


Agradecer a la vida suele ser mucho más fácil que agradecer a personas en concreto, aunque ya no estén con nosotros. Dale, hurgá y vas a encontrar.  Y vas a ver que cuando tararees los versos de Violeta Parra, agradecer a la vida te hallará mano a mano con los recuerdos y en entre ellos, estoy segura, vas a poder ver el rostro de dos profes de la Normal.

Saturday, July 2, 2011

La Ottonello

Advertencia: Los personajes y nombres en esta narración son reales. Sin ellos, no valdría la pena contar la historia.

 
No soy buena discerniendo la fibra íntima de las personas. Esclava de una especie de optimismo, casi todo el mundo, al menos en los primeros encuentros, me parece genial. Playos, interesantes, huecos, infelices, luchadores, simpaticones… en el fondo, buena gente. Me pasa por ejemplo, que a pocas horas de haber conocido a alguien, suelo descubrirme con Sergio en un diálogo muy similar a éste:

-Conocí a fulanita de tal. Le gustó mucho lo que estamos haciendo en la universidad. Me pareció re piola-

-¿Quién…? ¿La mina esa que hablaba toda la hora?

-Sí-

-Ah… te va a garcar-

Despliego dudas y silencios. Me como las palabras. Antes, enfurecida, embestía con toda clase de acusaciones: incapacidad de ver lo bueno en otros, desconfianza enfermiza, pájaro de mal agüero.

Ante la limitante confesada, he descubierto mecanismos que me develan de lo que normalmente no alcanzo a presagiar. Uno de esos mecanismos es la historia. Cuán fresco tiene la persona nombres, referencias, situaciones que desde mi lado están directamente relacionados a su vida. Suena extremista pero no lo es. Unilateral, sí, pero no extremista. Por ejemplo, le digo a una mamá: ¡Qué lindo poema dijo tu nena en la escuela! Si la mujer me dice ¿Qué poema? Inmediatamente  intuyo los colores de su alma y sospecho lo que tiene en el corazón.

Yo podría saber a ciencia cierta quién o quiénes de los 125 del grupo en Facebook miente y para tal efecto la mayoría de los egresados de Escuela Normal si al decir “Sra. de Ottonello” me respondieran: “No me suena”.  Inmediatamente sabría que son capaces de mentirme en  la cara.

Nadie absolutamente nadie salía ileso, inmune, intacto ante un encuentro con ella.Tez blanca, tintura siempre fresca. Topársela de frente semejaba un primer roce con la muerte.

Tenía un celo casi belicoso por las conjugaciones y la sintaxis. Su fama se esparcía año tras año y crecía tras las generaciones. Se agrandaba con historias cuya verosimilitud nunca acabábamos de comprobar. Terror. Superaba los instintos, los refranes. Desbordaba  la sabiduría popular. No era mejor malo conocido que bueno por conocer. La bondad era un elemento lejano, vestigios en su presencia recia de matrona. Usaba un labial intenso y exigía distinción precisa e indubitable entre modos, tiempos, número y personas.  Yo me acuerdo en pretérito imperfecto simple del modo indicativo su mirada casi militar.

Segundo  año de secundaria: la edad del pavo en su máximo esplendor, amontonamiento de inocencia e ignorancia, época en la que algunas de nosotras todavía manchaba el delantal al tiempo que descubríamos que aparte de ellos, los compañeros, estaban los otros, esos que iban a las divisiones de arriba, y pertenecían, literalmente, al mundo superior de los cursos avanzados.  Esperar el recreo, subir las esclareas y pasear diez minutos entre un gentío que nos parecía más adulto y más sofisticado hacía que todo futuro, y no todo pasado a decir de Machado, fuera mejor.  Entonces, llegaba la hora de castellano: imperceptible vía crucis sobre la Muñecas. Imperceptible para los de afuera, claro. Los confinados al aula, sabíamos que nos encaminábamos hacia el Gólgota. 

Calamaro con Los Abuelos nos recordaba que estábamos tratando de racionalizar políticas incongruentes, populismos y muerte en nombre del dominio.

“Yo me pregunto: ¿Para qué sirven las guerras?”

Teníamos catorce, quince años. El Cid Campeador con sus virtudes máximas, nos llevaba a sostener nobleza y pureza en los ideales ante la más atroz de las traiciones. Cámpora y Perón eran nombres que pronunciaban nuestros padres. Nosotros sabíamos de desfiles, delantales blancos y  juntas de apellidos italianos. Ni de lejos sospechábamos que la historia venía por Junín doblando por Mendoza. Crecíamos.

Daniel Barrionuevo acababa de gritarme sin misericordia desde el segundo piso: ¡Caputo, Caputo! Y había largado la risotada traviesa que tienen los varones de la Normal, porque se saben apañados, mimados. Sarcásticos, inteligentes, crueles, introvertidos, santos. Solían divertirnos son sus observaciones. Culpa de los lentes enormes y gruesos que llevaba. O de la nariz prominente a la que Marcos, bautizara con un tecnicismo casi científico protuberancia nasal, uno o dos años más tarde.  Tal vez era la combinación de ambos. …íCaputooo!  íCaputooo! 

Tengo un cohete  en el pantalón
vos estas tan fría como la nieve a mi alrededor,
vos estas tan blanca y yo no sé qué hacer...

-¡Señorita  Chaván!- 

Le decíamos Atila, reina de los Hunos, aunque creo se parecía más a Atenea. Diosa de la guerra y la civilización. La insolencia juvenil suele generar fantasías muy reales. Atila acababa de exclamar mi apellido. Dante Mario Antonio Caputo tenía título de diplomático y bigotes; yo carecía de ambos. Tienen que ser los anteojos, o la nariz, o ambos...continuaba en un martirio interior incesante. ¿A quién podría ir con mi duda? ¿Qué podía decir? ¿Me ves parecida a Caputo? ¿Y qué hacía con la respuesta? No. Debía resolver el acertijo sola. Por ese entonces, me gustaba perderme en enigmas. ¿Para qué sirven las guerras?

-¿Usted en qué está pensando, Chaván? - 

En una fracción de segundos entiendo que soy yo y no otra  la víctima seleccionada. Gólgota y cadalso. Nadie escribiría INRI en mi cruz. Al contrario, podía ver a Barrionuevo poniendo un cartelito hecho a mano: “CAPUTO” y casi podía oír el jolgorio cándido y colectivo al fondo de  mi agonía. Morir en plena clase, acribillada a gerundios y participios no era mi destino. Los sueños del país y los míos, venían doblando por la esquina.

Tomé el librito Castellano Dinámico 2 de editorial Kapelusz  y me concentré en los modos compuestos de todas las terminaciones ar, er, ir de todos los tiempos, menos el imperativo.

Imperativo era crecer columpiando intuiciones, despejando equis e intrigas. Fiel creyente en el Dios de lo imposible rezaba en presente del subjuntivo que el timbre silbara adelantado: Que suene, que suene...


Por Marcela A. Chaván ©.

Foto gentileza de Claudia Checa Cabot


Marcela A. Chaván ©.