Thursday, November 17, 2011

EL REENCUENTRO


Se me ha pedido en esta noche compartir algo que nos ponga la piel de gallina y nos haga llorar. Ante tal cometido, y reconociendo mis limitantes creo que lo mejor para provocar tal efecto será proponer la presidencia vitalicia de la actual presidente. No, mejor no; la política suele extrañamente  dividir a los humanos y acercar supuestos enemigos.
Gracias al equipo organizador, y a quienes no siendo parte de ningún equipo tomaron sobre si mismos la alegría de convocar, de sumar para este encuentro. En especial gracias a quienes jamás dudaron que aunque sea bajo un árbol, nos reuníamos.  Me gusta dar gracias a los anónimos y en virtud a ello nombro a Luis Moyano Cruz y Ana Carolina Mesías y tras ellos al ejercito de Celinas, Andreas, Cristinas, Melanies y Brianas que colaboraron para hacer esta cita posible…dejen ya de pensar, no hay ninguna Melanie o Briana en el grupo, solo quería saber si estaban atentos/as.

Para quienes están familiarizados con mis escritos; he dicho que este encuentro seria como sacar el alma al sol y Sras., señores y señoritas en esta noche no sé si lo sienten pero hay mucho sol presente.
También he hablado de días de arena y creo que todos entendemos lo que he querido decir con palabras un tanto evasivas a la hora de condensar décadas de vida. He querido decir que hemos pasado por lluvias y hemos cruzado desiertos. Nuestros pasos conocen días agotadores de sol, viento, frio, nieve. Conocemos llanuras, sombras, mares, valles  montañas y mar. Y hoy nuestros pasos convergen en esta cita. Bien ahí, como dicen los jóvenes ahora.
Los que me conocen saben que me gusta razonar mis conductas, y me he preguntado ¿por qué nos convocamos? ¿Por qué estamos esta noche acá? Y he tratado de pensar estas repuestas no desde mi perspectiva, sino desde nuestra perspectiva y he hallado entre el corazón, la fe y la razón las siguientes ideas que comparto.

En primer lugar nos juntamos porque sabemos que la vida es en definitiva una colección de experiencias y hay experiencias que vale la pena vivir. Es decir, estamos aquí de alguna manera empujados por la convicción de que lo que está sucediendo ahora mismo tiene valor en la construcción de nuestra propia historia.
La historia, había dicho la Sra. de Jerez, es la narración verídica y cronológica de los acontecimientos del pasado. Este concepto desafiado por la Sra. de Pérez en cuanto a la historicidad de lo histórico y a la veracidad de lo verídico,  hace que hoy pueda decir que este momento es historia porque nada más verdadero que poder mirarles a los ojos  saberlos aquí, en cuerpo y alma, y nada más cronológico que lo sincrónico que este acontecer tiene con nuestras vidas.  Y no sé si lo sientan pero hay mucho sol en este lugar… Y es que estamos no solo narrado historia esta noche, la estamos creando.

La construcción de nuestra propia historia es el recuento de victorias y derrotas. Hernandez dándole voz a Martin Fierro decía:
Junta esperencia en la vida/hasta pa dar y prestar/ quien la tiene que pasar/ entre sufrimiento y llanto; / porque nada enseña tanto/ como el sufrir y el llorar.
Viene el hombre ciego al mundo, cuartiándolo la esperanza, /y a poco andar ya lo alcanzan, las desgracias a empujones; / ¡la pucha, que trae liciones el tiempo con sus mudanzas!

Sufrir y llorar son experiencias inevitables en el arte de vivir. Unos más, otros menos; todos hemos pasado por estos momentos: cosas que no han sido, amores que se han mudado, sueños un tanto amañados, pérdida de seres queridos, pérdida de salud, pérdida de inocencia. Pérdida de vida. Y es ciertamente que en esta colección de experiencias que es vivir; están aquellas instancias que decidimos abrazar, como lo hicimos esta noche al reunirnos, pero indómita como ella es, la vida, tiene también aquellas instancias en las que no se nos da la posibilidad de opción; cosas  que se nos presentan de sopetón y sin anuncio obligándonos a sacar las mejores virtudes para intentar las mejores estocadas y vencer a fuerza de estar bien parados y con la espada lista, cualesquiera obstáculos hallen nuestros pasos. Los obstáculos digo, no son necesariamente nuestros enemigos. De ellos aprendemos, sacamos lecciones, y vamos armando ya no sólo la colección de experiencia, sino que nos adentramos en un terreno que antes de esta edad, resultaba un tanto prohibido: la sabiduría;  que es más que el arte de saber y más que el arte de vivir, es la capacidad de conjugar ambos de modo que nos de esa luz que necesitamos para vivir cada día.  No sé si lo han notado, pero es de noche y hay mucho sol ahora mismo, ustedes y yo juntos resplandecemos en la esperanza que renueva este encuentro.

En construir, reconstruir y desconstruir nuestra historia y nuestra histeria,  sabemos que reír y gozar son también experiencias inevitables  de esta trama multicolor que es la vida. Y por eso amigos míos, estamos esta noche aquí.  Porque nos seduce el alma el vernos, el reírnos, el demostrarnos a  nosotros mismos que los afectos son reales. Que la amistad importa, que los lazos cuentan.  ¡Cuán placentera es la vida en los momentos de felicidad, por brevísimos que fueran!¡Cuánta libertad y cuánta plenitud en los momentos alegres! Porque seamos honestos, en estos 25 años no siempre hemos ganado. También hemos perdido. Nos hemos de alguna manera, ido desgastando por dentro. Y esta noche se trata de nutrir esa parte de nosotros que a veces descuidamos, o que no atendedemos simplemente porla vida pasa. Y no hablo de hacernos egoístas, hablo de hacernos más nobles, más ciertos, mejores.

En la película el secreto de sus ojos, el personaje encarnado por Darín tratando de penetrar la mente de un homicida pregunta una y otra vez: ¿Cómo se hace para vivir una vida vacía? Y presento esta noche en este contexto, la respuesta, no tratando de resolver un misterio sino de más bien en animo de entendernos: Una vida vacía no se puede vivir, una vida vacía es de un tipo de muerte camuflada.
Cultivar, nutrir, evocar, celebrar es parte de ser, de estar vivos. Una vida nunca está vacía, siempre está poblada de recuerdos, presencias, ausencias, experiencias que nos llenan de combustible el alma, para seguir caminado por esta gesta que es la vida.

También estamos esta noche porque sabemos que la vida tiene tres tiempos: pasado, presente y futuro. Y que tal como dijo el poeta libanés, Kahlil Gibrán “la vida no retrocede ni se detiene en el ayer”. No; no se detiene en el ayer, pero si se alimenta del pasado. Una vida anclada en el pasado es imposible, una vida enfocada en el futuro es especulación sin garantías, es en el presente en que nos hallamos y somos. Pero vivir solo en el presente como hoy se proclama es un reduccionismo de satisfacción inmediata. Continuidades, así es como defino esta integración en el presente de lo pasado. Y no es poca cosa. Es decir, sabernos producto de una historia cuyo desenlace final tratamos de avizorar pero que indefectiblemente no podremos manipular. En otras palabras estamos aquí porque nos reconocernos finitos, deteriorables, contundentemente incapaces de recrear el pasado en otros y controlar el mañana. Estamos aquí, porque estamos vivos hoy, y no sabemos que será del mañana. 
Y es que ya fue dicho antes y cito:

Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada sucesobajo el cielo: Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de derribar, y tiempo de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar; tiempo de lanzar piedras, y tiempo de recoger piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de rechazar el abrazo; tiempo de buscar, y tiempo de dar por perdido; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de rasgar, y tiempo de remendar; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de odiar; tiempo de guerra, y tiempo de paz.

Así, sabiendo que estos son tiempos de nacer, plantar, curar, edificar, reír, bailar, abrazar, buscar, guardar, remendar, callar, amar y perdonar invito a que se unan a mí y levanten sus copas: Brindemos por una noche excepcional de recuerdos, amistad y vida.   No sé si lo han notado, ha oscurecido. Estamos casi a la medianoche, pero perdonen que insista, esta noche hay pleno sol para saciar el alma y alimentar risas: ¡SALUD! ¡Por la vida!

Tuesday, September 20, 2011

El futuro según la cuentera

Cuando yo sea vieja les diré a mis nietos, bisnietos y a sus amigos, y a toda aquella gente joven cuyos nombres no sabré pero que habrán de cruzarse a mi paso, a ellos les diré que la vida es linda. Y que Julio Iglesias tenía razón. Y si la memoria me da, con voz temblorosa, esta voz que supo decir versos en las plazas, dar discursos en actos públicos -sin micrófonos- y cuando hizo falta supo arengar al apático y al indeciso y simuló calma sobrenatural cuando presentó  irreverencias y sugirió cursos diferentes, quebrada por los años, pero intacta ante  los infortunios ylas esperanzas, cantaré bajito:

Ya ves que todo pasa,
quién diría
ya ves que poco queda por contar
apenas los recuerdos
momentos que no vuelven nunca más.
Y tal vez, a fuerza de unir corazones, la Negra Sosa, Facundo Cabral, María Elena Walsh y Don Ata inventen desde el más allá, nuevas estrofas para un mismo canto, que pondré por escrito para que las entonen generaciones nuevas. Canciones para quienes quieran alimentar verdades  y tolerancias. Y yo, cuentera vieja, también les diré que había una vez un grupo de cuerdos locos y que de tanto amar la vida allá por el  2011, decidieron juntar bajo el mismo cielo historias y esperanzas. Y les diré que fue una noche mágica. Me preguntaran ellos si fuimos muchos…haré una pausa...entonces, como buena cuentera vieja y con una gracia inusual que me habrán enseñado los años les diré:
Esa noche fuimos cientos. No recuerdo cuántos llegaron. Pero fuimos cientos... Lo esencial, después de todo,  había dicho Saint Exupery, es invisible a los ojos.

Sunday, September 11, 2011

Puro cuento

Cuenta la leyenda que casi al mediar la década de los ochenta  en las potestades de  los aires se liberó un hechizo que afectaba a jóvenes  de quinto año de una escuela muy popular situada en el histórico San Miguel de Tucumán.  Y nuestra promoción formó parte del encantamiento.
El presagio era simple, pero algo misterioso.  El conjuro sostenía:
 “Los lazos de amistad más fuertes serán, de todas partes llegarán, cada cual su alma tendrá que librar”.
Las dos primeras partes no necesitaban explicación. La tercera sin embargo, requería asistencia de especialistas. Entonces nos convocamos Cristina Juárez, Liliana Boloña, Mónica Cabral y Edith Triviño para descifrar el dilema. Mónica, elegida por su relación con la cábala y la buena onda. Edith porque encarnaba el cumplimiento de la primera y segunda parte de la profecía, ya que había venido de lejos (…de todas partes llegarán) y su amistad se había redoblado en esos días. Cristina, parte del equipo  por su  fe inquebrantable. Y Liliana porque podía mantener la cabeza fría aun ante las presiones más altas.
Cada quien hizo su investigación y su consulta. Y nos juntamos en lo de Pedro a descifrar el enigma.
“De todas partes llegarán” significa, pues, que es una generación esparcida como las estrellas por la infinidad del firmamento. Y significa también que vendrán quienes inicialmente no vendrían. Apuntó sin vacilar Liliana sosteniendo la mirada fija sobre las pupilas de Mónica.
La segunda en hablar fue Edith que largó sin titubeos que ‘llegarán’ era un expresión abierta al futuro y que no había que centrarse sólo en esta ocasión. Nos pareció lógico y nos agrandó las expectativas más allá de octubre.
“Cada cual su alma tendrá que librar” dijo Cristina quiere decir que cada cual tendrá que vencer obstáculos para llegar. A esto Mónica le agregó que ‘cada cual’ debía verse como una reflexión personal y que cada experiencia en la decisión de asistir al reencuentro sería única.
 “Su alma tendrá que librar”  tiene un doble sentido dije sin parpadear. Liliana me seguía de cerca cada palabra, ayudándome a decir la pura verdad. Parecía que con sus ojos pudiera leerme el alma y las ideas.

"Librar tiene un sentido interno y otro externo, y un sentido de liberar y de liberación. Todo eso se conjuga en un antes y un después  del reencuentro y todo el proceso implica el coraje de librar una batalla. En otras palabras, para que se logre el reencuentro, cada cual deberá batallar para desatar la posibilidad de sumarse. Y esto afectará lo más íntimo de las personas, por eso habla de alma".
Hubo una pausa brevísima. Como dejando al silencio sellar nuestro descubrimiento. Mónica, para variar, levantó ambos pulgares diciendonos, perfecto, me gusta, todo está en orden. Nos sentíamos diferentes por dentro. Estábamos por salir cuando llegaron Luis y Celina. Traían en las manos unos documentos que acababan de firmar para el festejo.
¡Viene Débora de Buenos Aires,  Cacho de Córdoba y Nancy de Ushuaia! dijo Luis con el entusiamo que lo caracteriza.
-Sí; sabemos-, dijo Liliana. "Saber" quería decir, intuir, adivinar, creer en el cumplimiento del conjuro.
-Y hay más- retrucó Edith, -sólo que está cada cual, librando su batalla-.

Los sobrinos de Pedro nos miraban entre callados y sospechosos de nuestra cordura y adultez. El más chiquito entre ellos, me preguntó si el resto del grupo eran mis mis hermanos. Iba a decirle que no, quise decirle que sí, entonces me acordé de lo lindo que es el castellano:

-Amigos, somos amigos, a veces es como ser hermanos...dije  articulando cada letra, como intentando grabarla en su mente.

El sexteto reía. "Los lazos de amistad más fuertes serán"... La profecía ya se estaba cumpliendo. Tal vez por eso, siendo los mismos, nos sentíamos diferentes.

Corría el 2011, y lo que les acabo de contar, si creés, no es puro cuento.

***************
Aquí ya se está empezando a ver una que otra hoja amarilla. Falta menos de un mes. Parece que va a estar haciendo calor por los pagos del Tucumán. De todas maneras siempre hace calor en Tucumán, no sería de asombrarse. Si seria de asombrarnos que no se cumplieran las profecías seculares que circulan por ahí.

Sunday, September 4, 2011

Días de arena y días de mar

Por Marcela A. Chaván


No puedo imaginar la secundaria y mi apellido sin signos de puntuación. “Chaván” a secas, no evoca nada. Pero ¡Chaván! ¿Chaván?  Y ¡Chavaaaán!  Claro que sí.
Victor Medina, para quienes lo recuerdan, solía decirme con esa voz grave, casi radial que tenía:
-La próxima vez que te llamen por el apellido preguntales si no quieren tu número de documento. Hay que acostumbrarlos a que están tratando con personas, no con reos.-
La idea me gustaba, pero había que tener la sutileza y el tacto refinado para una ironía de tal calibre. No me animaba porque sabía que al abrir la boca me saldría el tonito abiertamente hostil,  como iniciando una guerra. Además ya me habían advertido:
-A usted Chaván, esto del centro de estudiantes, le va a costar el año.-
 Así que no. Mejor no. Después de todo era divertido escuchar a los traviesos entonar con la música de la Pantera Rosa: “Chaván, Chaván, Chaván, Chaván, Chaván, Chaván, Chaván, Chaváán” cuando entraba a un curso. Y así podría ir a cobijarme en esa suerte de amparo que da la solidaridad entre bohemios y solitarios. 
La primera vez que vi a alguien entrar  mi curso para hablar a los estudiantes  fue entre abril y junio del 82. Eran dos chicas, de quinto…Dos, pero una sola era la que hablaba. Nos dijo algo sobre Malvinas, guerra, soldados, reclutas, frío, soledad, patriotismo, apoyo. Escribí una carta y dibujé una bandera y laureles los costados. Al centro, como tapando el sol, el perfil de un soldado. Firmé con mi nombre y apellido.  Otros mandaron chocolates y bufandas. Multitud de gente y banderas en la plaza de mayo, y una arenga que se hizo histórica: "Si quieren venir, que vengan".  Yo pegada al televisor consumía manipulación sin anticuerpos...

-¿Qué estás mirando?
-El patriotismo, papá. ¡Mirá la gente, impresionante!
-¡Chela! ¡Eso no es patriotismo!

Por supuesto que no lo entendí. No mucho se entiende a los padres a los trece. Menos un país. Eran días de arena.
Formábamos en el patio de central, rodeados por los de tercer año arriba y por los de cuarto al frente. Los de cuarto quedaban frente al mástil para la admiración de los de primero quienes veíamos en ellos nuestra proyección, el cómo podríamos ser en unos años: chicas con cabello teñido, rizos escandalosos, reflejos estridentes, varones de pelo largo, más bien un poco crecido, el nudo de la corbata desbaratado, con barba de media noche insinuando una masculinidad  que literalmente les afloraba en los poros. Ellos habían reemplazado "la perdida perla austral” con “la gloriosa perla austral” en la canción de Malvinas, y ponían la mano en el pecho al cantar, gesto que tendíamos a imitar con cierta timidez, mirando de reojo a ver si la del lado hacía lo mismo…. Días de arena.
Desde entonces lucho por recuperar la fe en liderazgo argentino, y que se nos reveló tan abruptamente con tantas variables, variantes y versiones cerca de un 14 de junio, cuando  vencidos oficialmente, se  vino en picada en régimen militar y se publicó "Nunca Más" para vergüenza mundial.  Días de arena.

Luego vino la democracia y al tiempo, el juicio a la junta y luego los indultos. Los paros y los carapintadas. ¡La mano de Dios, y ganarle a los ingleses! La Tablada y la hiperinflación del 89.  El 1x1 y el efecto Tequila. Cabezas, Yabrán y no los voy a defraudar. El corralito y el cacerolazo. Cromañón y Candela. Y esas ganas de gritar que te devuelvan el país y las esperanzas. Para colmo, River en la B, Independiente con mala racha. Y en medio de eso, levantar la frente en alto y ser. Florecer en pleno desierto. Días de arena.
En el 2001 cuando estalló lo De la Rua, había un comercial con la bandera argentina que decía algo así como: "Mirala y decile que no la querés". El comercial me provocaba: querer en relación a la patria traía, para mí,  temas muy manoseados. Temas con los que venía forcejeando ya por años a cuesta de vivir en un auto exilio, con todos los intercambios -pérdidas, ganancias, préstamos y adopciones-  que eso implica. Temas de nuestra historia. Y digo "nuestra" porque una se puede ir del país, pero el pasado ligado al suelo de la infancia no conoce otro lugar que el alma misma y es allí donde radica, generalmente como recuerdo, como evocación distante pero muy real. Tiende a diluirse, a olvidarse, a desvanecerse. Pero está.  Como los caleidoscopios que vendía  Ta Te Ti, he descubierto que con las vueltas de la vida podemos tomar diferentes formas y ser. Y que hay cuestiones históricas que amplían decisiones, confirman destinos, liberan rumbos y fomentan andanzas. Seguridad, patria, oportunidad, carácter federal, poder, ley, transparencia, terruño, proyecto de país, gobernabilidad, futuro, familia, ideologías, oposición,  comunidad, pasado, economía,  dirigencia, identidad, valores, nacionalidad, lealtad, justicia, corrupción...Puertas o cadenas, los veinte y pico ardían en mis venas y me fui. Días de arena.  Caleidoscopio y crucigrama. Y el arte de florecer en pleno desierto.

"Mirala y decile que no la querés", es una pregunta incompleta, manipuladora. La que fui y soy, no puede reconocer sentimiento patrio en abstracciones fundamentales para el desarrollo y realización del ser humano. La que subscribe, con nombre y apellido, entiende patria en los afectos. Por eso puedo reconciliar tensiones y pertenecer. Por eso voy a cruzarme el continente para verlos en octubre. Porque rehúso a ignorar continuidades que nos hermanan e identifican hiladas por el amor y el azar. Y porque hay algo mágico en el ver y vernos. No de casualidad, la corona final del cristianismo es la promesa a sus fieles de ver cara a cara a Jesús en gloria. Los que secuestran y extorsionan también saben esto, sus amenazas y advertencias casi siempre incluyen el "volver a ver", "ver con vida"  al ser querido. Y para vernos tenemos que ser al menos dos. Por eso voy. 
-¿Y a usted le parece bien, eso, Srta. Chaván? ¡Que las mujeres jueguen al fútbol!-
-Me parece bien, dije, que celebremos la alegría que nos da esta etapa, que festejemos ser estudiantes.
-Ay Chaván, por favor, no me haga reír- Tiene toda la vida para festejar ser estudiante con jueguitos, debería hacerlo de un modo más productivo, más adecuado.
Mentira. No sé vos. Trabajo desde los catorce y jugar de vez en cuando, viene bien. Y por eso también voy. Porque me sobra obligación y me faltan descansos y porque anticipo la alegría de encontrarme conmigo misma -que es encontrame en vos- en la pausa y en la risa, ocasión imperdible para saciar con un minuto de mar, interminables días de arena.

Friday, August 26, 2011

Retrato de Claudia, la otra Claudia.


"No me gusta cuarto año"- me decía con esos inmensos ojos azules mirando las lonjas de madera vieja que nos servían de piso. Parquet, decían los que sabían. Madera vieja para los menos doctos en el tema. Tenía los dieciséis frescos y le escribía poemas a un ex novio, Andrés. Andrés se había convertido en promesa y fracaso del idilio ambos al mismo tiempo, y de alguna manera nos servía de advertencia: el amor podía continuar a pesar de las desavenencias y los desaires.
Dice Claudia que la vida no le ha sonreído. Lo dice sin pena, sin alterarse. Tiene paciencia y cautela grabadas en la mirada y una especie de fatalismo práctico que se le escapa en la voz. Dice que es porque es capricorniana. No sé.  Creo que no es cuestión del mes, más bien cuestión del alma.
-Es incurable-  me dice con esa misma paz con la que me cuenta que nunca pudo ejercer su profesión porque le partía el alma dejar a la gente en la calle. Me explica que la esclerosis múltiple además de incurable es progresiva y mantiene el tono sereno en la voz, como si mil mariposas se parasen sobre los verbos y las pausas que hace al hablar.  El, su pareja,  tiene esclerosis múltiple. Ella tiene la intuición para sobrevivirla.
La escucho cautivada por esa simpleza con la que pone en media hora casi cuatro décadas de vida. Se le enciende la voz cuando habla de Pablo. Pablo es el mayor, el único, y según sus palabras, la luz de sus ojos.  Vende, inventa, lucha, sigue, no se cansa. Luce, despampanate unos aretes hechos por ella misma. Martillera de profesión, artesana por decisión. Artífice de esperanza. Exhala la última bocanada de nicotina y asienta:
-Yo voy a dar batalla, porque creo en el amor, lo demás está en manos de Dios- me dice como sentenciado su estilo de vida-. Hace siete años que se fue mi mamá. Y sólo un año mi papá. Ellos me cobijaron y me dieron el aliento para salir adelante. Perderlos me hizo muy mal, pero ya estoy saliendo, y yo voy a luchar.
Miles de ideas como dardos vienen a mi mente. Conceptos nada fáciles como fe, milagros, esperanza, resignación, sanidad, ciencia, incurable.  Su relato traía ecos de una conversación entre Gisele y yo hacía más de una veintena de años atrás:
-"No me gusta cuarto año...los padres se mueren," me decía. Los padres se mueren había dicho como si la muerte no fuera parte de la ecuación de nuestra propia existencia. Y no. No lo era, teníamos dieciséis frescos años y la muerte era algo que les pasaba a otros. Ahora ya no. Era algo palpable que nos sacudía de vez en cuando, y a veces seguido. Algunos ex compañeros que hoy me leen, saben de lo que hablo. Liliana, Luis...Ellos despertaron a estas realidades taciturnas en épocas en las que hacíamos corazones en el pupitre dejándonos absortos de impotencia. Y no sabíamos cómo consolarlos.  Lo mismo que las camionadas de dolor que descubrimos luego. Dolor que se cuela entre el alma y los sentidos. Dolor que se extiende sobre nuestros días arrugándonos el sol. Y paralelo a él, el arte sobreponerse y vencerlo, de no dejar que lo conquiste todo, sin saber muy bien como, casi por instinto, declararle guerra, robarle terreno y recuperar de sus garras la riqueza que tenemos, esa que nos da la esperanza y que se nos regala diariamente en la Vida. Como cuando se nos fue Albita en los mismos albores de un reencuentro soñado y nos quedamos todos mudos y nos unimos en un suspiro místico, internacional. Y entendimos, sin hablar justamente eso, que la vida es un soplo, que los afectos son importantes, que el dolor es real. Que no sólo los padres mueren,  que el amor, a veces también se acaba,  y que otras veces crece como enredadera y como sauce,  que únicamente se es con otros, en prosperidad o adversidad, que hay cosas tristes, duras que nos pasan y que son las relaciones las que sostienen y cuentan. 
Claudia representa esa obstinación por la vida, encierra una fortaleza que la impulsa sobre el dolor y lo supera, como aliándose a la adversidad. Y no creo que sea porque  es capricorniana. Creo que un Dios grande la sostiene soplándole estrellas que le iluminan el paso.
-Es progresiva- insiste sin ansiedad. Pero no importa, mis sueños son progresivos también y la esperanza que abrigo es infinita.
He visto, bajo sus pies, un par de estrellas de alba y nácar.
***
Se llama Claudia Barrojo y estudió con nosotros en la Normal. No tengo recuerdos particulares con ella, pero no importa, nos une el sabernos parte de la misma historia.  Y nos veremos en octubre para celebrar la vida, junto a vos y a otros que leen este relato.
Claudita A., Monica C., Claudia Barrojo, y Silvia O.

Tuesday, August 9, 2011

Septiembre

Septiembre
Por Marcela A. Chaván

Nosotros, digo, los que fuimos a la Escuela Normal teníamos una ventaja sobre el resto del estudiantado del país: septiembre era nuestro, al menos eso creíamos los tucumanos.  La culpa la tenía Belgrano, las fuerzas realistas y la Virgen de la Merced; ellos quisieron una batalla, ella concedió un milagro y nosotros obtuvimos un feriado. Otros culpables eran los padres de Juan Bautista Alberdi que lo concibieron nueve meses antes de un 29 agosto, cuyo natalicio solíamos festejar directamente en septiembre. Agosto tenía festejos de sobra, especialmente hacia fin de mes. Santa Rosa de Lima se llevaba el 30, mientras los últimos tragos de ruda dejaban sentir la añoranza por días más cálidos. Lapachos adelantados anunciaban que la primavera había nacido, pero que se escondía por ahí. Feriado tras feriado iban preparándonos para el cambio de estación y con él, de ánimo. Los vientos de agosto no traían los mejores augurios obligándonos a anticipar un nuevo ciclo como quien profetiza una estación redentora:
“Ya llega septiembre,  se va el frio”, “ya llega el calor, gracias a Dios ya falta poco” se oía de las voces de los vecinos. Ojo;  “frio” en Tucumán hace referencia a unos 10 grados centígrados. O menos, pero casi nunca o nunca a doble dígitos bajo cero, aunque es cierto que en ocasiones hasta nieva en los cerros. Pero en general, desde los cinco grados para bajo se considera un frio brutal y no nos dan ganas de hacer nada. Menos de andar como veleta. Vale la pena advertir al lector sobre estas minucias; no vaya y crea que exagero. El frío puede ser o no tal, depende del lugar de residencia del observador, pero bajo ningún punto de vista se permita cuestionar la sensación de invierno intolerable a sus amigos tucumanos.
Lo cierto es que septiembre iba calentando no sólo el clima sino también los ánimos. Recordemos el día del maestro en la primera quincena servía de plataforma para más ruido siete días más tarde. Eran días de agradecimientos suculentos que se sucedían en actos escolares y poesías declamadas a todo pulmón:
“¡Bendita y noble mujer, tierno amparo de los niños, en tu corazón de madre  hay un mundo de cariño!
El “padre del aula” perpetuamente inmóvil en su retrato serio y parco parecía observar lejano las festividades en oposición directa a los rostros femeninos que nos iniciaban en lo que se supone es el arte y la ciencia del saber. Rondaba en esos días un aire a fiesta que se desplegaba de a poquito, y que adornaría los recuerdos escolares de generación tras generación.
Los tucumanos teníamos, como he dicho, la osadía de creernos que septiembre era plenamente nuestro. Y con razón: la naturaleza y la geografía armaban su complot mayor: estallar en mil colores y aromas intoxicándonos los sentidos. Y es que en ningún lado del planeta, señores,  la primavera es tan bella como en Tucumán.
Era un mes signado por la alegría.  Indefectiblemente el 21 asistíamos a clase sabiendo que íbamos a salir temprano e invadir las calles con estribillos que idolatraban lealtades e indisciplinas. Era una fecha marcada por la transgresión.
“Cuántas yutas me hice, y cuántas veces lloré por vos, Yo a la Normal la llevo, la llevo dentro del corazón….”
Los más extrovertidos al frente, los más introvertidos al lado: ese día  todo el mundo protagonizaba conductas que dependiendo de la rigurosidad de evaluador, calificaban para amonestación colectiva o  expulsión individual: joviales, traviesos, frescos. Creativos. Libres. Un cortejo de voces en uniforme avasallando la monotonía.
“A ver, a ver….como mueve la colita….si no la mueve….”
Se trataba, creo, de celebrar un estado transitorio, una condición la cual no lográbamos dimensionar cabalmente, pero que intuíamos gracias a tradiciones, himnos, canciones y toda suerte de mensaje pronunciado desde la adultez: las cosas no serían siempre así. 
Asimismo septiembre y particularmente el día del estudiante cargaba con una oportunidad menos virtuosa, pero noble, y ciertamente ritualista: los encontronazos, las grescas, las peleas. Capuletos contra Montescos y el amor por una identidad que no venía del apellido sino del nombre de la escuela: Sarmiento, Gimnasyum, San Francisco, San Carlos, Comercio, ENET, Instituto Técnico, Agricultura, Nacional, Normal.
El 21 de septiembre, en la Normal no se daban clases normales. Alrededor de las nueve sonaba el timbre para el segundo módulo. Teníamos una charla amena y permanecíamos juiciosos detrás de los pupitres hasta que llegase la hora de salir a festejar, perfectamente autorizados para el bullicio. Aquél 21 las cosas iban saliendo tal cual lo indicaba el orden de la tradición, cuando se dejó escuchar como un impetuoso ejército, una especie de susurro masivo, grave y en perfecta armonía desafiante:
“Nacional, Nacional, Nacional, Nacional; colegio de varones, no somos maricones como los de la Normal. Nacional, Nacional, Nacional, Nacional…..”
Provocación injusta; miles de espartanos contra decenas de atenienses. Provocación machista, porque nosotras las mujeres, la pura fuerza y furor de la Normal quedábamos eliminadas de entrada, limitada nuestra intervención de todo sesgo de respuesta. La canción era para ellos. Ellos, que eran los únicos que vestían delantal blanco de entre todos los estudiantes secundarios de la capital. Doble minoría, doble estigma.
Las voces retumbaban más enérgicas. Una especie de temor dominaba los cursos más jóvenes;  mientras que los más vaqueanos monitoreaban tras las rendijas  de los ventanales el avance y la provocación insolente y continua del enemigo.
-“Dicen que están en la esquina, esperando” alguien sentenció por ahí, y surgió una corriente incontenible de disputa por el honor. Guerra declarada. Nuestros chicos iban a salir a pelear...Ahogado en la garganta nuestro sencillo e inofensivo estribillo, ciertamente feminoide:
“Normal maravillosa, Normal sensacional, Normal maravillosa lo mejor de Tucumán”.
¡Qué ganas de tener algo más animoso, más valiente, más macho y beligerante, aunque fuera entonado por centenares de mujeres!
Era una hora de noventa minutos. Dicen el que período de atención los adolescentes es breve. Brevísimo.  Queríamos salir ya y no podíamos.  Quiticientos verdugos contra un escuadrón de valientes. David contra Goliat. Los nuestros eran pocos, pero leales, civilizados, amigos. Dolía saber que no tenían forma de sobrevivir si la conflagración estallaba. Atormentaba saber que más que la defensa del honor, la huida sonaba como la respuesta más lógica, aunque confirmara factualmente la afrenta del cántico difamador.
“Nacional, Nacional, Nacional, Nacional; colegio de varones, no somos maricones como los de la Normal. Nacional, Nacional, Nacional, Nacional…..”.
Nunca supe que pasó. Mi hermana, que pertenecía al rango superior de los cursos avanzados me largó por la noche la noticia letal:
-          A  tu compañero Luis le partieron la nariz, anda con el ojo negro, pobrecito-
-          ¿Luis? -
-          Sí;  Luis: ¿Qué sos sorda vos? -
Imposible pensé. Nadie que pegara a Luis en la nariz podría salir ileso. Menos aún partírsela, eso lo haría él solito años más tarde con la ayuda de la ciencia –cosa que admiro profundamente –.
El de la vendetta era otro Luis. Se trataba de Luis Vega quien pasó del anonimato a la cúspide de la popularidad,  convertido en héroe del día a la noche, nariz partida y ojos amoratados de por medio; con todo el orgullo de la identidad y la Normal restaurados sin disculpas.
Y vos ¿qué suceso del 21 de septiembre querés contar?

Wednesday, July 20, 2011

Tributo impersonal, pero genuino

A los que dejé y a los que me encontraron, a los que busco sin hallar y a los que hallé por azar. A los que extendieron sus brazos y me adoptaron. A los que adivinan mi humor, mis penas, mi canto.
A los que me prestan sus voces, oyen silencios y me recuentan, casi murmurando, sus cuitas y llantos.
A aquellos cuyos nombres suenan cerca, a pesar de la vida y de los años.
A los que abrazaron mi dolor y regalaron sus risas, a los que soñaron junto a mí, y no lo olvidan.
A los que inventan conmigo alegrías mínimas, inmensas, trascendentes... y a los que colorean días tristes inventando primaveras.
Y a aquellos que esperándolo todo permanecen tranquilos cuando el amor no es de ida y vuelta, cuando después de tanto dar, la suerte les deja con el alma en carne viva.
A los que pueden leerme la mirada y entienden mis desvaríos, mis pleitos con la vida, más o menos ganados, más o menos perdidos.
A los que olvido para vivir y a los que recuerdo para existir. A los de cerca y a los lejanos. A los cómplices de travesuras y  travesías con quienes cruzo los años surcando de amistad los espacios y las vidas.
A aquellos que me hacen libre son su compañía. Y a los que no preguntan cuando es mejor callar, y  a los que preguntan cuando me ven sin rumbo y a tientas navegar.
A los que invitan y a los que llaman, y a los que saben que me rindo y con sus alas me levantan.
A los que invaden mi existencia cuesta arriba, pero en recta, llenándome que curvas y picos el paso, felizmente distrayéndome de tanto esfuerzo bien planeado y dirigido, destruyendo el egoísmo que he creado.
A aquellos que capotean los tsunamis de esta vida, de pie y sin mentiras. A los que cambian vendas, y a los que curan heridas.  A los que me nombran Chaván, y a quienes cortan mi nombre por la mitad. A a los que me dicen sister, friend, 'Marcella' y a los que del alma les sale "Marcelita".
A los que me llevan años, a los de mi edad y a los que me siguen.
A los que permanecen fieles, inalterables, castos.
A los de allá, y a los de acá. A los que nos une la lengua, la infancia, lo vivido; y a los que el hoy, el futuro y la esperanza nos han puesto a recorrer este camino.
A los que juntan o juntaron sus sombras y su ser junto al mío. A los que anduvieron vivos por mis días: ¡Salud! Gracias por ser mis hermanos, mis amigos.

"En todo tiempo ama el amigo y es como un hermano en tiempo de angustia" Proverbios 17:17
Por Marcela A. Chaván

Thursday, July 14, 2011

UN POCO DE FILOSOFIA SOBRE EL RE-ENCUENTRO.

UN POCO DE FILOSOFIA SOBRE EL RE-ENCUENTRO. (O de lo que significa en nosotros todos los trámites concernientes a prepararlo)
 por Celina Sánchez

Muy a tono con nuestro próximo encuentro o gran REENCUENTRO de ex alumnos egresados por fortuna en el año 1986, se me ocurrió traer a colación la enseñanza del zorro al principito. Los q hayan leído ese maravilloso libro se acordarán que El Principito estaba ansioso por hacer amigos. Entonces lo encaró al zorro y le dijo que fuera su amigo (“que jugara con él”, en palabras del rubito príncipe); pero el zorro le dijo que así no funcionaban las cosas. Entonces el principito le pidió que le enseñara como ser/hacerse amigo. Y el zorro le dijo: tendrás q domesticarme. Qué significa eso? Preguntó el Principito. Crear lazos! Dijo el Zorro.
Y aquí viene la gran enseñanza del zorro al principito. El proceso de DOMESTICACION. Le enseñó a sentarse cerca de él en el campo al principio y venir a visitarlo a una determinada hora todos los días, para crear un rito. Luego le enseñó q se fuera acercando de a poco, hasta que el zorro comenzó a tomar confianza y de esa asiduidad nació la amistad.
Crear lazos, significa en parte un compromiso, una responsabilidad, porque el cariño que estamos forjando en ese lazo debe cuidarse, y mantenerse, pero esa responsabilidad se hace con amor, con gusto y por ello no es agobiante. Al contrario gratifica y da ganas de “trabajar” por ella.
Pero sigamos con el cuento. Cómo resultó todo esto? Resulta que el Principito tuvo q marcharse de la tierra y fue a despedirse del zorro. El zorro se puso muy triste y lloró, entonces el principito no comprendió porqué había querido que lo domesticara si luego iba a llorar con su partida. Qué ganaba el zorro? Pero El zorro si ganaba. Ganó ser importante en la vida del otro, ganó un lazo, ganó un gran recuerdo. Y le dio su última enseñanza al principito. Le dijo: Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
Pues bien, uno es responsable de lo que domestica. Y mi enseñanza con todo este análisis de El Principito es el siguiente. Podemos reirnos de las tonteras que escribimos en la página del Face Book Promoción Normal 86 – cena de egresados. Podemos armar reuniones previas. Podemos buscar gente que hace años no vemos. Podemos prestar las casas. Podemos hacer blogs para que los compañeros escriban. Podemos escribir en esos blogs para que nos emocionemos. Todo esto significa domesticar. Hacernos comunes. Bajar las vallas de las divisiones, para que el día del Re-Encuentro, seamos todos ex alumnos de esa gran escuela y no nos discriminemos por divisiones. Toda gestión concerniente al muro de la cena o a este blog, implica un proceso de re-encuentro. De crear o re-crear lazos. Y desde aquél que participa activamente, hasta aquél que sólo lee y se divierte, todos estamos involucrados en este proceso.
Esto es muy bueno amigos. Esto es excelente. Para el espíritu, para sacar el alma al sol (como dijo alguien por ahí), porque alimenta el espíritu. Hace que nos OCUPEMOS de algo, aunque se trate tan sólo de relojear de vez en cuando qué sucede por la página. Y hace que nos hagamos COMUNES con los otros, porque nos vamos conociendo y reconociendo. Este alimento no se ve. Pero está. Porque como dijo el zorro: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

Algunas partes fueron extraídas del libro El Principito. Y esta enseñanza la aprendí de un gran maestro: Jaime Barylko, filósofo y gran persona.

Saturday, July 9, 2011

Los gustos de crecer o la derrota de la Torinetto

Una historia de Claudia Checa Cabot narrada en parte, por Marcela A. Chaván.
Habíamos sido a decir de Atahualpa, una misma en la piel de la otra. Unidas por el segundo nombre, idéntico y por la cercanía en el listado alfabético, nos parecía que el destino, nos tenía como hermanas, desde antes que llegáramos al aquel recinto de Muñecas 219.
Compañeras de pupitre por dos años habíamos aprendido a intuirnos y a festejarnos, a encubrirnos y adivinarnos conductas y pensamientos. Luego, siguiendo otras vocaciones, aquella convicción de destinos paralelos se fue disipando hasta que en enero del 2011 nos dimos una con la otra en pleno ciberespacio.
Los dedos que se deslizaban presurosos por el teclado, como tratando de redimir los años, las décadas en escasos segundos
-¿Sos vos? -
-¿Y quién voy a  ser? ¡Siempre fui yo!-
-¿Dónde vivís? ¿Te casaste? ¿En qué año? ¿Tenés hijos? ¿Qué edades tienen?  ¿Y tu esposo, tucumano? ¿Y tus hermanos? ¿Tu vieja, bien? ¿A qué te dedicás? -
Pasan los segundos, nos vamos, las dos estamos entreteniéndonos, robándole tiempo a otras obligaciones. Volvemos a la noche, por email. La vida nos ha hecho prácticas. Practiquísimas. 27 de años de distancia no nos impiden pactar una cita en Buenos Aires, para la semana entrante.
Distingo desde lejos la parada. Está más flaca. Mi otra amiga, de su misma profesión, pero de Uruguay me dice: Ah….flaca de pelo largo. Porteña, son todas iguales.  Ella es tucumana,  le digo sobre el pucho como defendiéndola de un epíteto grave. Tucumana. Y rogaba por dentro que la adopción de la nueva tomada no fuera tan intensa. No quería quedar mal. Me acerco al auto, y siento la primera ola de alivio, tiene puesta sobre el vidrio de atrás, una calcomanía que dice algo así, como yo amo a Tucumán. Vamos bien, anticipo salir cuasi ilesa del salto de casi tres décadas. Viene a buscarme con los dos retoños que según sus palabras son lo mejor que hizo.  Saludo a los tesoros, y no les doy opción: me presento como la “tía”.

Nos vamos por ahí, a comer. Las chicas juegan, comen,  lloran. Nosotras hacemos lo mismo, nos reímos, hablamos y no dejamos que nos salgan las lágrimas, estamos demasiado contentas. Sacamos fotos. Sacamos historias. Buenos Aires está linda. Las calles populosas nos sirven de marco escurridizo para contar a grandes rasgos como es que estamos donde estamos y hacemos lo que hacemos. Fluidez. Como si la vida hubiera sonado su  timbre de recreo, para que nos viéramos.

-¿Sabés que me acuerdo bien pero bien de vos? Le digo, al azar, para iniciar la conversación- Lo buena que eras en biología, esa hilera de notas altas que sacabas en los exámenes.
-¡Já!- Se ríe. Va dos pasos más adelante que yo. Yo todavía estoy medio Ezeiza, rogando no perder la conexión en aeroparque. Se ríe cortito al comienzo y luego va hilando sonrisas mientras habla. No deja de hablar. Tampoco deja de reír.
-Sí, los exámenes…- Hace una pausa. Mueve los ojos a los costados. He visto ese gesto hace veintisiete años atrás: algo me va a decir. Se acomoda y sigue:
-Vos sabes, he sido, vah, soy más intuitiva que el promedio, o al menos eso me demostró la experiencia. Y eso que he sido muy inocente. Creo que en mi época de estudiante  la  inocencia desplegaba sus alas haciéndome creer en vano que la vida era simplemente eso, el camino de casa a la escuela y al otro día volver a desandarlo en el retorno. No reniego en absoluto de  aquella cándida ignorancia, al contrario- me dice entre ensimismada y distraída-. Las nenas juegan.
-¡Bendita bilogía! Nosotros tratando de desenmarañar ecosistemas, taxonomías y memorizando vertebrados e invertebrados a mil por hora y ella que parecía abuenarse con nuestra mención de algún capítulo de Pedro Zarur.-
Le digo que recuerdo bien el libro de Zarur, precisamente porque no lo tenía. Yo tenía Zoología de J.A. Dos Santos Lara. Me acuerdo bien del libro de Zarur: letras verdes, encuadernación de cuarta.
-¿Vos te acordás de Lerner?- me dice cambiando de tema
-¡Claro, si el país entero estaba enamorado de él!- contesto automáticamente sin dejar de tratar de hallar la relación entre Zarur y Lerner. Los dos comienzan con consonantes…ambos terminan con r. Intenta distraerme, la conozco.
-¡Cuántas verdades! “Que difícil se me hace, mantenerme en este viaje, sin saber a dónde voy en realidad”. Me rondaba la cabeza todo el tiempo, la misma pregunta ¿dónde voy? ¿Dónde íbamos todos con nuestra inocencia a cuestas y un bagaje de dudas constante y cambiante, propios de la edad y la época? Éramos verdaderamente simples y puros.- me dice lentamente, ensimismada.
-No sé- le digo perdiéndome en sus palabras. No sé si puros. No discuto lo de inocentes. Pero la pureza me parece que es un estado que sólo los infantes tienen.

-¡Candela! No, no le pegues a tu hermana- dice sin perder la paciencia-. Creo que la admiro.
-¿Ves? ¿Verdaderamente puros y simples? –insisto señalándole con la mirada y la cabeza las nenas que estaban peleando…La nostalgia podría estar traicionándonos en sobredimensionar la bondad intrínseca del ser humano.
-Pero en comparación a la maldad que da vuelta y te roza en el mundo adulto…éramos angelicales- insiste. ¿Te acordás de la de bilogía, no?- me dice en tucumano.
Los tucumanos preguntamos asintiendo, como exigiendo que el otro acuerde. No, no era una pregunta, en realidad era una orden camuflada. 
No la recuerdo. Si recuerdo las clases, los libros. Los gráficos de los esqueletos de un conejo y una paloma. No hay caso, no logro recordar la cara. No importa. Ella sigue hablando. Me cuenta que los del biológico han hecho varias reuniones, que están apostando a la idea de algo grande. Me dice varios nombres. Los pone en fila india: Miryam Pedraza, Roxana López, Luis Guzmán, Gustavo Campero. ¿Te acordás de ellos no?- me dice otra vez en tucumano aporteñado. Lindo.
-Ayudame a recordar a Luis Campero, le digo- como para ir ganado tiempo, confiando que a medida que hablemos recordaré quien es el bendito Gustavo Guzmán.
-¡Já! Se ríe y sonríe mientras aclara:
- Luis Guzmán, no es Luis Campero- Campero es otro. Y no es Luis.
-¿Tía?-Me dice la mayor- ¿Vos cómo te llamás?-
Me mira con esa inocencia que sólo los chicos tienen. Pureza y simpleza había dicho la madre hace unos minutos atrás…. Tal vez tenía razón. ¿Cómo te llamás? Me ha preguntado sin quitarme los ojos de encima. Quiero decirle: me llamo Marcela. Marcela Chaván. Marcela Campero. Marcela Guzmán.  Marcela Pedraza. Marcela Ruiz. Marcela López, pero la voy a confundir. Tiene solo seis años.
-La tía se llama tía Marcela- le digo-. Pero quiero decirle más. Quiero decirle, por ejemplo, que no importa tanto el nombre como la identidad. Y que ni siquiera importa el recuerdo, sino la convicción de la conexión. Como cuando visité a mi abuela y le dije, Abuela ¿sabes quién soy?- Y ella retrucó desde su cama con una seguridad desafiante:
-Si sos la Marcelita, si no te he desconocido-
Pasaron dos minutos más o menos. Y con su mismo tomo certero me dijo:
- Anita, Anita ¿la señora que estaba aquí quién era?-
La capacidad mental de evocar rostros y nombres no es más importante que la identidad y la convicción  de vida compartida. Ella era mi abuela aunque no recordara que estaba yo ahí, frente a sus ojos. Aunque me llamara por el nombre de mi tía; ello  no me hacía menos nieta suya. No. Ese día no sabía quién era Luis Campero, o Luis Guzmán. Pero no importaba. Estaba convencida que habíamos pasado cinco años de nuestras vidas en el mismo reciento, y que nuestras vidas  se habían tocado, como en sinapsis, si se quiere, transmitiéndonos un flujo similar de experiencias.
Quiero decirle más... pero ha dejado de mirarme y está nuevamente jugando con su hermana. Los chicos tienen esa ventaja: pueden dejar de prestar atención sin que se vean mal. Los adultos en cambio, tratamos de mantener la atención y la coherencia. Tal vez por eso reinicio el diálogo con la madre:
-Pero a pesar que la de biología te resultó tan imponente, de alguna manera, no te traumó- le digo tratando de balacear realidades.
-¡Já! Trauma no, se trata de otra cosa. Más por el lado de los desafíos, me dice mientras estira las manos como para que la entienda mejor. Le salen pirpintos de los ojos.
-¿Desafíos? No sé si te entiendo bien…
Por instantes, su alma se va de Buenos Aires y me cuenta:
-Era un día marzo, templado. Ella se tildaba de intolerante y exigente. Dueña de un carácter férreo, su sola presencia enmudecía hasta los insectos. Pronunciaba impetuosa:  
-¡Señores, a mí  nadie me copia!-  Maldito instante, fue como si me dijera al oído “Dale animate a copiarme y vas a ver qué pasa, abrí la puerta y vení a descubrirlo”.-  vos sabés siempre fui muy curiosa- me indica entre seria y sarcástica.
-Ese fue el puntapié inicial...Me dediqué a escrutar y elaborar el mejor plan con el sٴólo objeto de superar el desafío, “¡Señores, a mí  nadie me copia!”.  Esas palabras representaban un reto mayor y por dentro esa voz desafiante y jovial de la adolescencia  que le contestaba -¡Vas a ver cómo te copio! Creo que estudié todas las posibilidades, reconocí el terreno, marqué planos, armé estrategias múltiples hasta seleccionar la mejor, me volví una experta en el arte de “los machetes”, por el sólo hecho de salir airosa del reto, levantar el guante y llevarme la gloria de haberle copiado a la incopiable.
¡Señores, a mí  nadie me copia!-  evoca una vez más. ¡Yo le copié y fue por puro gusto!  
-¿Sabes?- me dice sin malicia- Era superarla en su norma y conquista y como corona obtener una buena nota. Aires de grandeza juvenil, de triunfo, como si pasara a la historia- afirma con súbito placer regocijándose en el recuerdo.
Baja la mirada; dibuja algo en el mantel. Está sentada ahí pero su alma anda en otro lado. Se afirma sobre los codos y me dice como iniciando otra historia:
-¿Y te acordás del 9 con la Iturre?  
Nos reímos. Las nenes juegan. La tarde pasa. Buenos Aires está linda.
Tiene una calcomanía que dice amo Tucumán y yo sé que es nacida en Salta. Habíamos sido a decir de Atahualpa, una misma en la piel de la otra. Unidas por el segundo nombre, idéntico y por la cercanía en el listado alfabético, nos parecía que el destino, nos tenía como hermanas. En enero del 2011 ese mismo destino nos volvió a juntar. Se llama Claudia Alejandra Checa Cabot, pero yo le digo, amiga, hermana.
Marcela A. Chaván
P.D. ¿Y vos? ¿Hace mucho que no sabés nada de alguien de tu curso, alguien que no está en Facebook y quisieras ver en este reencuentro? ¿Y si te animás a buscar un poquito más? Yo sé que cambiamos, ¿pero qué tal, insistir una vez más? ¿Qué tal si le das una oportunidad al destino?

Monday, July 4, 2011

Dar gracias

Cuenta el relato bíblico que Jesús andaba de pueblo en pueblo enseñando y le salió al encuentro un  grupo de leprosos. Los leprosos pidieron ser sanados, recibieron sanidad y siguieron cada cual por su rumbo. La historia podría terminar ahí, pero el narrador da un detalle interesante: sólo uno de ellos volvió a agradecer el milagro. La actitud de este personaje toma por sorpresa a Jesús; y a mí algo me dice sobre la capacidad, o la disciplina, el hábito, los modales o como quieran llamarle de ser agradecidos en primer lugar y de dar gracias de modo público en segundo término.  
No iba a escribir esto sino hasta más adelante, cuando ya pasada revista de quiénes atesoramos por razones que el corazón entiende, estuviéramos en condiciones de ser más objetivos y más honestos con nosotros mismos. 
Hay infinidad de cosas que hoy sabemos y porque las sabemos las damos por sentado; parte del sentido común. Ni obvias, ni parte del conocimiento popular; si las sabemos es gracias a que alguien estuvo ahí para enseñárnoslas.  Alguien nos sacó la lepra de la ignorancia.


Saquemos una hoja; recordemos qué de esto sabíamos antes del paso por la secundaria: meridianos y paralelos. El paleolítico. Plegamiento terciario. Metales y no metales. Que Cl es cloro y no Claudia, que Te es telurio y no té. Que los cuerpos opuestos se atraen, los semejantes se rechazan. Que el Everest queda en Asia y el Aconcagua en Sudamérica y que los monosílabos no se acentúan. Y así pudiera seguir, pero para muestra basta un botón, creo haber provisto de justificación a mi argumento.
Paradójicamente algunos de nosotros nos encontramos hoy como docentes y exceptuando a los más veteranos,  podríamos decir que décadas más, lustros menos, tenemos aproximadamente la misma edad que tenían ellos allá entre 1982 y 1986. Esto sugiere más allá de una afinidad entre colegas, una especie de campo común que el paso de los años ha ido extendiendo sin que nos demos cuenta.  Y superando  simpatías y antipatías, sé que si nos aventuráramos podríamos entender sus razones y arbitrariedades. No estoy proponiendo una traición a los recuerdos (donde todo permanece congelado, inamovible en el tiempo en clara contradicción con la dinámica de estar vivos). Simplemente digo que los entenderíamos mejor. Parte de crecer, de limar asperezas, de achicar distancias, de madurar.
Por eso propongo un diálogo desde dentro, para descubrir procesos internos que a veces no alcanzamos a verbalizar, y no alcanzamos a verbalizar porque no nos detenemos a pensar. La vida tiene sus ironías, sus generosidades y sus satisfacciones. Dar gracias para mí se encuentra en la intersección de estas directrices. 
Lo que sigue, no es sino un esbozo de agradecimiento que sólo pretendería ser más íntegro y más justo si cada uno de nosotros añade algo, es decir,  si nos decidimos a buscar entre los recuerdos al menos dos profes y dos conceptos, ideas, pensamientos, anécdotas que de alguna manera hayan edificado nuestras vidas. Dos profesores, dos elementos, cualesquiera sean ellos.  En serio, es una propuesta. Me conocen. Nunca he abogado por un jolgorio permanente, sin permitirnos ejercer esa capacidad que nos distingue de los primates fiesteros, porque para agradecer, hay que pensar. 
Sé que estoy estirando voluntades, ir de poner  ‘me gusta’ en un clic a hurgar en los recuerdos, sopesando legado, filtrando experiencias. ¿Será que nos animamos? ¿Será que podemos? ¿Será que hay personas de la secundaria, profesores a los que podamos agradecer? Y si no fueran profesores, ¿Quiénes son? ¿Y por qué les estamos agradecidos?
Aquí van los míos, los primeros que vienen  a la mente, pero hay más y los voy a ir poniendo a medida que ustedes pongan los de ustedes:
Prof. Martó (también conocido como el hombre nuclear): Gracias por haberme dicho, por escrito y con una mezcla de sinceridad y sarcasmo que si supiera las tablas, sería buena en las matemáticas. La nota no hizo mi calificación más alta, hizo mi autoestima más fuerte, alejando de mi cualquier sentido de incapacidad hacia la materia. Yo estaba en letras, no sólo por una profunda intriga por la literatura sino por una especie de convicción de que "no servía" para las matemáticas. Y sí sabía las tablas.  Lo que no sabía era prestar atención hasta el final. “Usted ha resuelto exitosamente la ecuación. Felicitaciones. Sería buena en matemáticas, si supiera multiplicar. La raíz cuadrada de 16 no es dos” decía la nota y al ladito tenía mi puntuación: ¡Un hermoso dos! 
Sra. de Belló: por haberme puesto sin pedir mi autorización a participar en los concursos literarios que me valieron esas primeras menciones de honor. Usted  vio en mi algo que yo no veía. Y gracias por haber hecho de mis iniciales un seudónimo que hasta el día de hoy imprimo en alguno de mis escritos.

¿Y vos? ¿A quién tenés que agradecer? ¿De quién reconocés un trazo para bien en los colores de tu alma?


Agradecer a la vida suele ser mucho más fácil que agradecer a personas en concreto, aunque ya no estén con nosotros. Dale, hurgá y vas a encontrar.  Y vas a ver que cuando tararees los versos de Violeta Parra, agradecer a la vida te hallará mano a mano con los recuerdos y en entre ellos, estoy segura, vas a poder ver el rostro de dos profes de la Normal.

Saturday, July 2, 2011

La Ottonello

Advertencia: Los personajes y nombres en esta narración son reales. Sin ellos, no valdría la pena contar la historia.

 
No soy buena discerniendo la fibra íntima de las personas. Esclava de una especie de optimismo, casi todo el mundo, al menos en los primeros encuentros, me parece genial. Playos, interesantes, huecos, infelices, luchadores, simpaticones… en el fondo, buena gente. Me pasa por ejemplo, que a pocas horas de haber conocido a alguien, suelo descubrirme con Sergio en un diálogo muy similar a éste:

-Conocí a fulanita de tal. Le gustó mucho lo que estamos haciendo en la universidad. Me pareció re piola-

-¿Quién…? ¿La mina esa que hablaba toda la hora?

-Sí-

-Ah… te va a garcar-

Despliego dudas y silencios. Me como las palabras. Antes, enfurecida, embestía con toda clase de acusaciones: incapacidad de ver lo bueno en otros, desconfianza enfermiza, pájaro de mal agüero.

Ante la limitante confesada, he descubierto mecanismos que me develan de lo que normalmente no alcanzo a presagiar. Uno de esos mecanismos es la historia. Cuán fresco tiene la persona nombres, referencias, situaciones que desde mi lado están directamente relacionados a su vida. Suena extremista pero no lo es. Unilateral, sí, pero no extremista. Por ejemplo, le digo a una mamá: ¡Qué lindo poema dijo tu nena en la escuela! Si la mujer me dice ¿Qué poema? Inmediatamente  intuyo los colores de su alma y sospecho lo que tiene en el corazón.

Yo podría saber a ciencia cierta quién o quiénes de los 125 del grupo en Facebook miente y para tal efecto la mayoría de los egresados de Escuela Normal si al decir “Sra. de Ottonello” me respondieran: “No me suena”.  Inmediatamente sabría que son capaces de mentirme en  la cara.

Nadie absolutamente nadie salía ileso, inmune, intacto ante un encuentro con ella.Tez blanca, tintura siempre fresca. Topársela de frente semejaba un primer roce con la muerte.

Tenía un celo casi belicoso por las conjugaciones y la sintaxis. Su fama se esparcía año tras año y crecía tras las generaciones. Se agrandaba con historias cuya verosimilitud nunca acabábamos de comprobar. Terror. Superaba los instintos, los refranes. Desbordaba  la sabiduría popular. No era mejor malo conocido que bueno por conocer. La bondad era un elemento lejano, vestigios en su presencia recia de matrona. Usaba un labial intenso y exigía distinción precisa e indubitable entre modos, tiempos, número y personas.  Yo me acuerdo en pretérito imperfecto simple del modo indicativo su mirada casi militar.

Segundo  año de secundaria: la edad del pavo en su máximo esplendor, amontonamiento de inocencia e ignorancia, época en la que algunas de nosotras todavía manchaba el delantal al tiempo que descubríamos que aparte de ellos, los compañeros, estaban los otros, esos que iban a las divisiones de arriba, y pertenecían, literalmente, al mundo superior de los cursos avanzados.  Esperar el recreo, subir las esclareas y pasear diez minutos entre un gentío que nos parecía más adulto y más sofisticado hacía que todo futuro, y no todo pasado a decir de Machado, fuera mejor.  Entonces, llegaba la hora de castellano: imperceptible vía crucis sobre la Muñecas. Imperceptible para los de afuera, claro. Los confinados al aula, sabíamos que nos encaminábamos hacia el Gólgota. 

Calamaro con Los Abuelos nos recordaba que estábamos tratando de racionalizar políticas incongruentes, populismos y muerte en nombre del dominio.

“Yo me pregunto: ¿Para qué sirven las guerras?”

Teníamos catorce, quince años. El Cid Campeador con sus virtudes máximas, nos llevaba a sostener nobleza y pureza en los ideales ante la más atroz de las traiciones. Cámpora y Perón eran nombres que pronunciaban nuestros padres. Nosotros sabíamos de desfiles, delantales blancos y  juntas de apellidos italianos. Ni de lejos sospechábamos que la historia venía por Junín doblando por Mendoza. Crecíamos.

Daniel Barrionuevo acababa de gritarme sin misericordia desde el segundo piso: ¡Caputo, Caputo! Y había largado la risotada traviesa que tienen los varones de la Normal, porque se saben apañados, mimados. Sarcásticos, inteligentes, crueles, introvertidos, santos. Solían divertirnos son sus observaciones. Culpa de los lentes enormes y gruesos que llevaba. O de la nariz prominente a la que Marcos, bautizara con un tecnicismo casi científico protuberancia nasal, uno o dos años más tarde.  Tal vez era la combinación de ambos. …íCaputooo!  íCaputooo! 

Tengo un cohete  en el pantalón
vos estas tan fría como la nieve a mi alrededor,
vos estas tan blanca y yo no sé qué hacer...

-¡Señorita  Chaván!- 

Le decíamos Atila, reina de los Hunos, aunque creo se parecía más a Atenea. Diosa de la guerra y la civilización. La insolencia juvenil suele generar fantasías muy reales. Atila acababa de exclamar mi apellido. Dante Mario Antonio Caputo tenía título de diplomático y bigotes; yo carecía de ambos. Tienen que ser los anteojos, o la nariz, o ambos...continuaba en un martirio interior incesante. ¿A quién podría ir con mi duda? ¿Qué podía decir? ¿Me ves parecida a Caputo? ¿Y qué hacía con la respuesta? No. Debía resolver el acertijo sola. Por ese entonces, me gustaba perderme en enigmas. ¿Para qué sirven las guerras?

-¿Usted en qué está pensando, Chaván? - 

En una fracción de segundos entiendo que soy yo y no otra  la víctima seleccionada. Gólgota y cadalso. Nadie escribiría INRI en mi cruz. Al contrario, podía ver a Barrionuevo poniendo un cartelito hecho a mano: “CAPUTO” y casi podía oír el jolgorio cándido y colectivo al fondo de  mi agonía. Morir en plena clase, acribillada a gerundios y participios no era mi destino. Los sueños del país y los míos, venían doblando por la esquina.

Tomé el librito Castellano Dinámico 2 de editorial Kapelusz  y me concentré en los modos compuestos de todas las terminaciones ar, er, ir de todos los tiempos, menos el imperativo.

Imperativo era crecer columpiando intuiciones, despejando equis e intrigas. Fiel creyente en el Dios de lo imposible rezaba en presente del subjuntivo que el timbre silbara adelantado: Que suene, que suene...


Por Marcela A. Chaván ©.

Foto gentileza de Claudia Checa Cabot


Marcela A. Chaván ©.