Friday, August 26, 2011

Retrato de Claudia, la otra Claudia.


"No me gusta cuarto año"- me decía con esos inmensos ojos azules mirando las lonjas de madera vieja que nos servían de piso. Parquet, decían los que sabían. Madera vieja para los menos doctos en el tema. Tenía los dieciséis frescos y le escribía poemas a un ex novio, Andrés. Andrés se había convertido en promesa y fracaso del idilio ambos al mismo tiempo, y de alguna manera nos servía de advertencia: el amor podía continuar a pesar de las desavenencias y los desaires.
Dice Claudia que la vida no le ha sonreído. Lo dice sin pena, sin alterarse. Tiene paciencia y cautela grabadas en la mirada y una especie de fatalismo práctico que se le escapa en la voz. Dice que es porque es capricorniana. No sé.  Creo que no es cuestión del mes, más bien cuestión del alma.
-Es incurable-  me dice con esa misma paz con la que me cuenta que nunca pudo ejercer su profesión porque le partía el alma dejar a la gente en la calle. Me explica que la esclerosis múltiple además de incurable es progresiva y mantiene el tono sereno en la voz, como si mil mariposas se parasen sobre los verbos y las pausas que hace al hablar.  El, su pareja,  tiene esclerosis múltiple. Ella tiene la intuición para sobrevivirla.
La escucho cautivada por esa simpleza con la que pone en media hora casi cuatro décadas de vida. Se le enciende la voz cuando habla de Pablo. Pablo es el mayor, el único, y según sus palabras, la luz de sus ojos.  Vende, inventa, lucha, sigue, no se cansa. Luce, despampanate unos aretes hechos por ella misma. Martillera de profesión, artesana por decisión. Artífice de esperanza. Exhala la última bocanada de nicotina y asienta:
-Yo voy a dar batalla, porque creo en el amor, lo demás está en manos de Dios- me dice como sentenciado su estilo de vida-. Hace siete años que se fue mi mamá. Y sólo un año mi papá. Ellos me cobijaron y me dieron el aliento para salir adelante. Perderlos me hizo muy mal, pero ya estoy saliendo, y yo voy a luchar.
Miles de ideas como dardos vienen a mi mente. Conceptos nada fáciles como fe, milagros, esperanza, resignación, sanidad, ciencia, incurable.  Su relato traía ecos de una conversación entre Gisele y yo hacía más de una veintena de años atrás:
-"No me gusta cuarto año...los padres se mueren," me decía. Los padres se mueren había dicho como si la muerte no fuera parte de la ecuación de nuestra propia existencia. Y no. No lo era, teníamos dieciséis frescos años y la muerte era algo que les pasaba a otros. Ahora ya no. Era algo palpable que nos sacudía de vez en cuando, y a veces seguido. Algunos ex compañeros que hoy me leen, saben de lo que hablo. Liliana, Luis...Ellos despertaron a estas realidades taciturnas en épocas en las que hacíamos corazones en el pupitre dejándonos absortos de impotencia. Y no sabíamos cómo consolarlos.  Lo mismo que las camionadas de dolor que descubrimos luego. Dolor que se cuela entre el alma y los sentidos. Dolor que se extiende sobre nuestros días arrugándonos el sol. Y paralelo a él, el arte sobreponerse y vencerlo, de no dejar que lo conquiste todo, sin saber muy bien como, casi por instinto, declararle guerra, robarle terreno y recuperar de sus garras la riqueza que tenemos, esa que nos da la esperanza y que se nos regala diariamente en la Vida. Como cuando se nos fue Albita en los mismos albores de un reencuentro soñado y nos quedamos todos mudos y nos unimos en un suspiro místico, internacional. Y entendimos, sin hablar justamente eso, que la vida es un soplo, que los afectos son importantes, que el dolor es real. Que no sólo los padres mueren,  que el amor, a veces también se acaba,  y que otras veces crece como enredadera y como sauce,  que únicamente se es con otros, en prosperidad o adversidad, que hay cosas tristes, duras que nos pasan y que son las relaciones las que sostienen y cuentan. 
Claudia representa esa obstinación por la vida, encierra una fortaleza que la impulsa sobre el dolor y lo supera, como aliándose a la adversidad. Y no creo que sea porque  es capricorniana. Creo que un Dios grande la sostiene soplándole estrellas que le iluminan el paso.
-Es progresiva- insiste sin ansiedad. Pero no importa, mis sueños son progresivos también y la esperanza que abrigo es infinita.
He visto, bajo sus pies, un par de estrellas de alba y nácar.
***
Se llama Claudia Barrojo y estudió con nosotros en la Normal. No tengo recuerdos particulares con ella, pero no importa, nos une el sabernos parte de la misma historia.  Y nos veremos en octubre para celebrar la vida, junto a vos y a otros que leen este relato.
Claudita A., Monica C., Claudia Barrojo, y Silvia O.

Tuesday, August 9, 2011

Septiembre

Septiembre
Por Marcela A. Chaván

Nosotros, digo, los que fuimos a la Escuela Normal teníamos una ventaja sobre el resto del estudiantado del país: septiembre era nuestro, al menos eso creíamos los tucumanos.  La culpa la tenía Belgrano, las fuerzas realistas y la Virgen de la Merced; ellos quisieron una batalla, ella concedió un milagro y nosotros obtuvimos un feriado. Otros culpables eran los padres de Juan Bautista Alberdi que lo concibieron nueve meses antes de un 29 agosto, cuyo natalicio solíamos festejar directamente en septiembre. Agosto tenía festejos de sobra, especialmente hacia fin de mes. Santa Rosa de Lima se llevaba el 30, mientras los últimos tragos de ruda dejaban sentir la añoranza por días más cálidos. Lapachos adelantados anunciaban que la primavera había nacido, pero que se escondía por ahí. Feriado tras feriado iban preparándonos para el cambio de estación y con él, de ánimo. Los vientos de agosto no traían los mejores augurios obligándonos a anticipar un nuevo ciclo como quien profetiza una estación redentora:
“Ya llega septiembre,  se va el frio”, “ya llega el calor, gracias a Dios ya falta poco” se oía de las voces de los vecinos. Ojo;  “frio” en Tucumán hace referencia a unos 10 grados centígrados. O menos, pero casi nunca o nunca a doble dígitos bajo cero, aunque es cierto que en ocasiones hasta nieva en los cerros. Pero en general, desde los cinco grados para bajo se considera un frio brutal y no nos dan ganas de hacer nada. Menos de andar como veleta. Vale la pena advertir al lector sobre estas minucias; no vaya y crea que exagero. El frío puede ser o no tal, depende del lugar de residencia del observador, pero bajo ningún punto de vista se permita cuestionar la sensación de invierno intolerable a sus amigos tucumanos.
Lo cierto es que septiembre iba calentando no sólo el clima sino también los ánimos. Recordemos el día del maestro en la primera quincena servía de plataforma para más ruido siete días más tarde. Eran días de agradecimientos suculentos que se sucedían en actos escolares y poesías declamadas a todo pulmón:
“¡Bendita y noble mujer, tierno amparo de los niños, en tu corazón de madre  hay un mundo de cariño!
El “padre del aula” perpetuamente inmóvil en su retrato serio y parco parecía observar lejano las festividades en oposición directa a los rostros femeninos que nos iniciaban en lo que se supone es el arte y la ciencia del saber. Rondaba en esos días un aire a fiesta que se desplegaba de a poquito, y que adornaría los recuerdos escolares de generación tras generación.
Los tucumanos teníamos, como he dicho, la osadía de creernos que septiembre era plenamente nuestro. Y con razón: la naturaleza y la geografía armaban su complot mayor: estallar en mil colores y aromas intoxicándonos los sentidos. Y es que en ningún lado del planeta, señores,  la primavera es tan bella como en Tucumán.
Era un mes signado por la alegría.  Indefectiblemente el 21 asistíamos a clase sabiendo que íbamos a salir temprano e invadir las calles con estribillos que idolatraban lealtades e indisciplinas. Era una fecha marcada por la transgresión.
“Cuántas yutas me hice, y cuántas veces lloré por vos, Yo a la Normal la llevo, la llevo dentro del corazón….”
Los más extrovertidos al frente, los más introvertidos al lado: ese día  todo el mundo protagonizaba conductas que dependiendo de la rigurosidad de evaluador, calificaban para amonestación colectiva o  expulsión individual: joviales, traviesos, frescos. Creativos. Libres. Un cortejo de voces en uniforme avasallando la monotonía.
“A ver, a ver….como mueve la colita….si no la mueve….”
Se trataba, creo, de celebrar un estado transitorio, una condición la cual no lográbamos dimensionar cabalmente, pero que intuíamos gracias a tradiciones, himnos, canciones y toda suerte de mensaje pronunciado desde la adultez: las cosas no serían siempre así. 
Asimismo septiembre y particularmente el día del estudiante cargaba con una oportunidad menos virtuosa, pero noble, y ciertamente ritualista: los encontronazos, las grescas, las peleas. Capuletos contra Montescos y el amor por una identidad que no venía del apellido sino del nombre de la escuela: Sarmiento, Gimnasyum, San Francisco, San Carlos, Comercio, ENET, Instituto Técnico, Agricultura, Nacional, Normal.
El 21 de septiembre, en la Normal no se daban clases normales. Alrededor de las nueve sonaba el timbre para el segundo módulo. Teníamos una charla amena y permanecíamos juiciosos detrás de los pupitres hasta que llegase la hora de salir a festejar, perfectamente autorizados para el bullicio. Aquél 21 las cosas iban saliendo tal cual lo indicaba el orden de la tradición, cuando se dejó escuchar como un impetuoso ejército, una especie de susurro masivo, grave y en perfecta armonía desafiante:
“Nacional, Nacional, Nacional, Nacional; colegio de varones, no somos maricones como los de la Normal. Nacional, Nacional, Nacional, Nacional…..”
Provocación injusta; miles de espartanos contra decenas de atenienses. Provocación machista, porque nosotras las mujeres, la pura fuerza y furor de la Normal quedábamos eliminadas de entrada, limitada nuestra intervención de todo sesgo de respuesta. La canción era para ellos. Ellos, que eran los únicos que vestían delantal blanco de entre todos los estudiantes secundarios de la capital. Doble minoría, doble estigma.
Las voces retumbaban más enérgicas. Una especie de temor dominaba los cursos más jóvenes;  mientras que los más vaqueanos monitoreaban tras las rendijas  de los ventanales el avance y la provocación insolente y continua del enemigo.
-“Dicen que están en la esquina, esperando” alguien sentenció por ahí, y surgió una corriente incontenible de disputa por el honor. Guerra declarada. Nuestros chicos iban a salir a pelear...Ahogado en la garganta nuestro sencillo e inofensivo estribillo, ciertamente feminoide:
“Normal maravillosa, Normal sensacional, Normal maravillosa lo mejor de Tucumán”.
¡Qué ganas de tener algo más animoso, más valiente, más macho y beligerante, aunque fuera entonado por centenares de mujeres!
Era una hora de noventa minutos. Dicen el que período de atención los adolescentes es breve. Brevísimo.  Queríamos salir ya y no podíamos.  Quiticientos verdugos contra un escuadrón de valientes. David contra Goliat. Los nuestros eran pocos, pero leales, civilizados, amigos. Dolía saber que no tenían forma de sobrevivir si la conflagración estallaba. Atormentaba saber que más que la defensa del honor, la huida sonaba como la respuesta más lógica, aunque confirmara factualmente la afrenta del cántico difamador.
“Nacional, Nacional, Nacional, Nacional; colegio de varones, no somos maricones como los de la Normal. Nacional, Nacional, Nacional, Nacional…..”.
Nunca supe que pasó. Mi hermana, que pertenecía al rango superior de los cursos avanzados me largó por la noche la noticia letal:
-          A  tu compañero Luis le partieron la nariz, anda con el ojo negro, pobrecito-
-          ¿Luis? -
-          Sí;  Luis: ¿Qué sos sorda vos? -
Imposible pensé. Nadie que pegara a Luis en la nariz podría salir ileso. Menos aún partírsela, eso lo haría él solito años más tarde con la ayuda de la ciencia –cosa que admiro profundamente –.
El de la vendetta era otro Luis. Se trataba de Luis Vega quien pasó del anonimato a la cúspide de la popularidad,  convertido en héroe del día a la noche, nariz partida y ojos amoratados de por medio; con todo el orgullo de la identidad y la Normal restaurados sin disculpas.
Y vos ¿qué suceso del 21 de septiembre querés contar?